El pequeño cuarto

La casa 44 de aquella calle era muy grande, con muchas comodidades: cinco dormitorios, tres salas, un comedor, una cocina y mucho más. Allí vivía un alegre señor, que siempre que recibía visitas se tomaba la molestia de mostrar cada ambiente y la comodidad de su palacete, con excepción de un pequeño cuarto localizado en la parte más escondida de la casa.
¿Qué había de misterioso en aquel pequeño cuarto que nadie podía ver, a diferencia de él?
Un día falleció este alegre señor y finalmente sus herederos pudieron abrir aquel pequeño cuarto y así se reveló el gran misterio. ¡Qué sorpresa...! Allí dentro sólo había recuerdos y cartas de su amada esposa. Todo fue conservado intacto por años, porque para este señor era la parte más importante de la casa. Era parte de su historia, parte de su vida.
Muchas veces con relación al Señor Jesús hacemos lo mismo. Le abrimos todos los "ambientes" de nuestro ser, menos aquel que es el más personal, el secreto, aquel que no queremos que Él vea o toque. A veces, incluso, sólo le permitimos entrar a la sala de espera.
No obstante, la Biblia nos revela que Dios, al ser corporificado en Jesucristo, tuvo una total libertad de ser y actuar. Si eso ocurre con Dios en Cristo, mucho más con nosotros. Debemos tener una reacción al Señor, abriéndonos a Él, dejándolo entrar y actuar en nosotros como le plazca.

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