Quien tiene oídos para oír, oiga...

Un famoso estudioso de insectos paseaba con su amigo comerciante por el campo. De repente, el estudioso se detuvo y se acercó a un arbusto, aparentando que buscaba algo. Su amigo perplejo, no sabía lo que él buscaba. Luego, el estudioso le mostró una especie rara de abeja, afirmando haberse acercado a aquel arbusto por haber oído el zumbido del insecto.
Poco después, ellos salieron del campo y entraron en un camino pavimentado. De pronto, el comerciante se detuvo y tomó una moneda de plata, de diez centavos, que cayó en el piso. Pero el estudioso continuó su caminata y no oyó el ruido que la moneda hizo al caer al suelo.
Aquí podemos ver que determinadas personas están más atentas para oír determinados sonidos. Aquellos que pertenecen al mundo, oyen el sonido del mundo. Aquellos que pertenecen a Dios, oyen la voz de Dios.
Quien ama al Señor puede oír Su voz suave y agradable que habla interiormente. Se levanta muy temprano por la mañana, para oír la voz de Dios antes de oír cualquier sonido del mundo.

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