Dios no miente

Cierta hermana estaba en cama, enferma, hacía mucho tiempo. Ella se encontraba desesperada por no haber sido sanada de su mal. En esa época, ella se acordó de las palabras de Romanos 8:13: "Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis".
Tal palabra de la Biblia trajo una transformación en la actitud de nuestra hermana. Ella abandonó la carne y todas las cosas bajo la luz que recibió. Pero, aun no era sanada.
Un día, mientras oraba, nuestra hermana dijo:
- Señor, como me diste la palabra de Romanos 8:13, así también, realiza Tu promesa. Señor, no puedo hacer nada, ni sé cómo apoyarme en Ti. ¡Ayúdame!
En ese momento, surgió en lo profundo de su ser la siguiente frase: "Dios no es hombre para que mienta".
Nuestra hermana ni sabía que tal palabra estaba en la Biblia. Cuando comenzó a ojear las Escrituras, llegó a Números 23:19: "Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?. Ella, llena de alegría, alabó a Dios, porque la promesa se había cumplido en su caso.
De hecho, algún tiempo después el Señor la sanó de su larga enfermedad.
Necesitamos aferrarnos a la Palabra de Dios, ejercitando en ella el corazón, hasta que la fe sea producida en nosotros y las palabras se hagan vivas.
Allí están las promesas eternas de Dios haciéndose nuestras. Todos los tesoros de Dios son nuestros si sólo nos ejercitamos de manera pura en Su Palabra.

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