¿Es usted un legalista infeliz?


En el artículo anterior vimos que el legalista satisfecho es aquel que reduce los mandamientos de Dios a un conjunto de normas externas y luego se siente contento por su desempeño en relación con esas normas. El caso del legalista infeliz es a la inversa. Este individuo posee un entendimiento más claro de las demandas de la ley de Dios y, por lo tanto, cuando escucha hablar del amor de Dios, su reacción tiende a ser de duda y de incredulidad. “¿Cómo puede Dios amar a una persona tan defectuosa como yo?”

Puede que sea un verdadero creyente, pero tiene una visión distorsionada del evangelio, sumado muy probablemente al mismo problema de orgullo que tiene el legalista satisfecho. Él también está tratando de justificarse por su propio desempeño. Pero su claro entendimiento del alcance de la ley moral no le permite calmar del todo su consciencia. El legalista infeliz anhela poder llegar a tener algún día tal grado de santidad personal que lo haga sentirse digno del amor de Dios.
Y ¿saben lo que ocurre muchas veces con este tipo de persona? Que puede llegar a sentirse resentido contra Dios por ser tan demandante. Y cuando eso pasa, corre el peligro de caer en un estado de apatía espiritual y de dejar de poner resistencia a su pecado. Por supuesto, si es un verdadero creyente, no podrá permanecer así por mucho tiempo; tarde o temprano sentirá sobre su consciencia el peso de la culpa por haber pecado contra Dios y el ciclo comienza otra vez.
¿Qué debemos hacer, entonces, para librarnos de los efectos nocivos del legalismo? ¿Convertirnos en mundanos y despreocuparnos de nuestra santidad y obediencia? ¡Por supuesto que no! Lo que debemos hacer es volver a colocar el evangelio, no solo en el centro de nuestra teología, sino en el centro de nuestra vida emocional: Ampararnos una y otra vez en la gloriosa verdad de que somos plenamente aceptados en la presencia de Dios, únicamente por los méritos de Cristo y no por los nuestros. Eso es algo que vamos a tener que hacer todo el tiempo, porque nuestro corazón tiende naturalmente al legalismo. Lee con atención estos textos bíblicos:
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).
“Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor” (1Cor. 1:30-31).
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado” (Ef. 1:3-6).
El cristianismo es Cristo de principio a fin. Él pagó nuestra deuda; es Su dignidad la que nos hace dignos en la presencia de un Dios tres veces santo e infinitamente justo; es Su obediencia a la ley moral de Dios la que cuenta para nuestra salvación. ¿Cuál es, entonces, la relación que el creyente tiene ahora con la ley? Por un lado, esa ley debe llenarnos de gratitud al entender que Cristo cumplió cada acápite de ella en nuestro lugar. Y como ya no la vemos como un documento que nos condena y nos aplasta, ahora somos libres para deleitarnos en ella y para saber cómo mostrar nuestro amor y gratitud a Dios, así como nuestro amor al prójimo, en formas concretas.
Eso es lo que vemos en las Escrituras una y otra vez. Dice el salmista en el Salmo 1 que el hombre bienaventurado es aquel que se deleita en la ley de Dios día y noche. Y en el Salmo 19:10 que los mandamientos del Señor son más deseables que el oro y más dulces que la miel. Y lo mismo encontramos en el NT. Pablo dice en Rom. 7:22 que en su hombre interior él se deleitaba en la ley de Dios. Y el apóstol Juan nos dice en su primera carta que los mandamientos del Señor no son gravosos (1Jn. 5:3). ¿Está diciendo Juan en este texto que los mandamientos de Dios no representan una carga pesada para los cristianos? ¡Exactamente! ¡Eso es lo que él está diciendo! ¿Cómo podemos explicar este texto tomando en cuenta la lucha que tenemos cada día para obedecer? A la luz de 2Cor. 5:14-15:
“Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos”.
Cuando un creyente es cautivado por la bondad y misericordia de un Dios como el nuestro, entonces vivir para Él no resulta una carga, sino un deleite. ¿Recuerdan la historia de Jacob y Raquel? Jacob tuvo que trabajarle 7 años a su tío Labán para obtener el permiso de casarse con su prima; y no era cualquier tipo de trabajo. Dice en Gn. 31:40 que Jacob era consumido por el calor durante el día, y por el frio durante la noche, “y el sueño huía de mis ojos” – dice él. Fueron años de trabajo duro. Sin embargo, dice en Gn. 29:20: “Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba. Fueron años de trabajo, pero no fuero una carga por causa de su amor.
Comparen esta historia con la parábola de los obreros de la viña, en Mt. 20. El dueño de una viña contrata a un grupo de obreros para que trabajen en su campo por un denario al día. A medida que fueron pasando las horas, otros obreros también fueron contratados, incluyendo un grupo que llegó cuando solo faltaba una hora para terminar la jornada. Pero al final todos recibieron el mismo salario, y eso molestó profundamente a los que habían llegado más temprano. Dice en el vers. 11 que “murmuraban contra el padre de familia, diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día. ¿Ven la diferencia? Estos hombres no sentían ningún aprecio por el dueño de la viña; ellos estaban allí para ganarse un salario, y precisamente por eso sentían cada minuto como una carga difícil de sobrellevar.
Pero ahora, permítanme concluir citando dos textos más. En el Salmo 40:8 el salmista escribe unas palabras que en el NT se atribuyen al Señor Jesucristo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado”. Y en He. 12:2 dice que fue por el gozo puesto delante de Él que el Señor Jesucristo sufrió la cruz. ¿Sabes por qué razón el Señor hizo la voluntad de Su Padre con agrado y con gozo, a pesar del sufrimiento que eso implicaría para Él? No solo porque Jesús amaba a Su Padre, sino también porque Él sabía que ese era el precio que tendría que pagar por nuestra salvación. En otras palabras, al igual que Jacob, el Señor tuvo que trabajar duramente para ganarse a Su esposa, pero lo hizo con deleite porque la amaba.
Y ahora yo te pregunto, ¿es realmente una carga servir y vivir para un Esposo como Ese? Que Dios nos dé una visión fresca del gran Salvador que tenemos y de la gran salvación que disfrutamos por causa de Él, para que podamos decir junto con Pablo que el amor de Cristo nos constriñe.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. 

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