Ministrando a los “adolescentes”: Mito y realidad

Muchos líderes eclesiásticos, así como muchos padres cristianos, se preguntan cómo mantener en nuestras iglesias a los jóvenes que han crecido en ella y cómo alcanzar a los que están fuera.
La gente joven no ha dejado de ser “espiritual” a su manera, pero al mismo tiempo parecen manifestar una profunda antipatía hacia la religión organizada, lo mismo que hacia el liderazgo tradicional y hacia las iglesias tradicionales. Por tal razón muchos piensan que si queremos alcanzar esa generación tendremos que hacer cambios dramáticos en la forma como concebimos la iglesia y como llevamos a cabo nuestros ministerios.
Sin embargo, lo cierto es que la iglesia de Cristo ha permanecido en pie por casi dos mil años, y no ha tenido que estar ajustando su mensaje ni sus principios para seguir alcanzando a las nuevas generaciones. ¿Acaso debemos suponer que los jóvenes de hoy son distintos a los de antes? ¿O será más bien que nosotros hemos adoptado un concepto errado de la juventud, sobre todo de la adolescencia, que está incidiendo profundamente en nuestra visión de los ministerios de jóvenes en la actualidad?
No hay duda de que la sociedad occidental ha sufrido cambios conceptuales en las últimas décadas, sobre todo a partir de la década de los 60s; y es indudable que esos cambios han influido en la manera como la iglesia intenta alcanzar a los jóvenes con el evangelio.
Uno de esos cambios conceptuales profundos es el mito de la adolescencia. Como bien señala Rick Holland: “Nuestra generación ha asumido una perspectiva de los adolescentes que debe ser demitologizada a la luz de la Escritura… El concepto de la adolescencia ha llegado a ser tan común que pocos se han detenido a desafiar su definición o legitimidad”.
Para muchos puede ser una sorpresa saber que el concepto que hoy tenemos de la adolescencia es relativamente novedoso. No fue sino hasta 1904 que el educador y psicólogo evolucionista Stanley Hall publicó el primer tratado, conocido a la fecha, que señala la “adolescencia” como una etapa particular en el desarrollo de los seres humanos.
En toda la historia humana nunca antes se había dividido el desarrollo del hombre en tres etapas: niñez, adolescencia y adultez. Esto es algo exclusivo del siglo XX. Christopher Schlect nos explica al respecto que Stanley Hall creía que los adolescentes “debían ser separados de aquellos que eran más jóvenes y más mayores que ellos. Más aún, igual que la mayoría de los evolucionistas, Hall también enseñó que cada generación es, o debe ser, superior a la generación anterior y, por lo tanto, necesita romper con aquellos que le preceden. En términos prácticos, este pensamiento ha venido a significar que la rebeldía es el destino de la juventud. Hall, y muchos psicólogos sociales después de él… consideran esta rebelión como algo positivo”.
Por otra parte, este nuevo concepto de la adolescencia ha traído consigo otros problemas que han afectado la manera como la sociedad mira hoy a los adolescentes y como ellos se ven a sí mismos. En un libro que rastrea el origen de ciertas palabras que han moldeado la forma de pensar de la sociedad norteamericana contemporánea, el autor dice lo siguiente con respecto a la palabra “teenager”: “En la primera mitad del siglo XX, hicimos un sorprendente descubrimiento. ¡Había teenagers entre nosotros! Hasta ese momento, habíamos pensado que las personas sólo pasaban por dos etapas: la niñez y la adultez. Y aunque la infancia tiene sus momentos tiernos, la meta del niño era crecer lo más pronto posible para poder disfrutar de las oportunidades y asumir las responsabilidades de un adulto”.
Aquí debemos añadir otro ingrediente que en sí mismo fue una bendición, pero que conectado con estas nuevas ideas de la adolescencia han venido a ser un problema. A principios de los 1900 fueron aprobadas varias leyes que tenían la intención de proteger a los niños del trabajo duro al que muchos eran sometidos, al mismo tiempo que la educación escolar vino a ser obligatoria. Y gracias al Señor que esto fue así. El problema es que poco a poco los muchachos fueron asumiendo cada vez menos responsabilidades y convirtiéndose cada vez más en consumidores pasivos. Y lo que es todavía peor, el mundo comenzó a girar en muchos sentidos alrededor de estos adolescentes consumistas.
Piensen por un momento en la industria del entretenimiento – el cine, la música, la TV, la moda, y un montón de cosas más; la mayoría de ellas giran en torno a las preferencias del público adolescente. Esto ha contribuido a fortalecer la idea de que los años de la adolescencia son una especie de vacaciones antes de entrar a la etapa de la adultez en la que tenemos que asumir muchas responsabilidades. Según esta forma de pensar, los adolescentes son incapaces de manifestar competencia, madurez o productividad.
Y el asunto se ha complicado aún más en los últimos años, porque hemos añadido otra categoría que no sé cómo llamarla en español, pero en un artículo que apareció en la revista Time hace un tiempo atrás se les llama en inglés “kidults”, una mezcla de “kid and adults”: “muchacho y adulto al mismo tiempo”. El artículo de Time los describe como hombres y mujeres hechos y derechos “que todavía viven con sus padres, y que visten, hablan y fiestean como cuando eran adolescentes; saltando de trabajo en trabajo y de cita amorosa en cita amorosa, divirtiéndose pero dirigiéndose al parecer hacia ningún lado”.
Terri Apter, psicóloga de la Univesidad de Cambridge, dice: “Legalmente son adultos, pero se quedan en el umbral, a las puertas de la adultez sin atravesarla”. Esto no es más que una consecuencia lógica de haber abrazado el mito de la adolescencia. Si, después de todo, la adolescencia es una edad para divertirse, y la adultez para tomar responsabilidades, ¿por qué no extender esa etapa lo más que podamos? ¿Por qué tenemos que concluirla arbitrariamente al terminar el bachillerato o cumplir los 20 años de edad?
Creo que esa perspectiva de la adolescencia es parte de ese molde al que no debemos conformarnos, como dice Pablo en Rom. 12:2. La visión que la Biblia nos da de los jóvenes es muy distinta a la que la sociedad en general acepta en el día de hoy: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1Cor. 13:11). “Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar” (1Cor. 14:20). Pablo menciona únicamente dos etapas en la vida: la niñez y la adultez.
En otra entrada más adelante espero que veamos algunas implicaciones de la perspectiva que tenemos de los adolescentes y la forma como les ministramos.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. 

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