Todos conocemos el dicho: “Si no lo veo, no lo creo”. En esa frase
tan popular se expresa en forma llana una de las teorías del
conocimiento que más ha calado en el pensamiento del hombre moderno: el
cientifismo. Estos sólo aceptan las ciencias comprobables empíricamente
como fuente de verdadero conocimiento. Según los cientifistas, nada
puede ser realmente conocido a menos que pueda ser probado
científicamente…
Hay dos clases de
cientifistas, el fuerte y el débil. El cientifista fuerte proclama que
una proposición es verdadera o racional si, y sólo si, puede ser
verificada por el método científico. De ese modo excluyen la posibilidad
de llegar a conclusiones objetivas y razonables acerca de Dios, o de
los valores éticos y morales o del sentido de la vida. Los cientifistas
débiles, en cambio, están dispuestos a conceder la posibilidad de que
existan verdades aparte de la ciencia a las que podamos atribuir cierto
grado de racionalidad, pero defienden el conocimiento científico como el
más valioso, serio y autoritativo que podemos alcanzar como seres
humanos.
Así que los cientifistas se presentan a sí mismos como el paradigma
de la racionalidad. Sin embargo, esta teoría se refuta a sí misma y es,
por lo tanto, irracional. El cientifista fuerte dice que sólo puede ser
considerado como verdadero y racional lo que puede ser probado por la
ciencia. Pero esta no es una declaración científica, sino filosófica. La
veracidad de esta proposición no puede ser probada científicamente.
Cabría preguntarle al cientifista fuerte: “¿Qué concepto de verdad
probado científicamente es el que estás usando en tu declaración? ¿Cómo
puedes probar científicamente que tus conceptos de verdad y de
racionalidad son correctos?” Es muy acertado el comentario que hace al
respecto John Carew Eccles, premio Nobel en el campo de la neurocirugía:
“Una insidia perniciosa surge de la pretensión de algunos
científicos, incluso eminentes, de que la ciencia proporcionará pronto
una explicación completa de todos los fenómenos del mundo natural y de
todas nuestras experiencias subjetivas: no sólo de las percepciones y
experiencias acerca de la belleza, sino también de nuestros
pensamientos, imaginaciones, sueños, emociones y creencias [...]. Es
importante reconocer que, aunque un científico pueda formular esta
pretensión, no actúa entonces como científico, sino como un profeta
enmascarado de científico. Eso es cientifismo, no ciencia, pero
impresiona fuertemente al profano, convencido de que la ciencia
suministra la verdad. Por el contrario, el científico no debe pretender
que posee un conocimiento cierto de toda la verdad. Lo más que podemos
hacer los científicos es aproximarnos más de cerca a un entendimiento
verdadero de los fenómenos naturales mediante la eliminación de errores
en nuestras hipótesis. Es de la mayor importancia para los científicos
que aparezcan ante el público como lo que realmente son: humildes
buscadores de la verdad” (La psique humana, 1986).
Y en cuanto al cientifista débil, su problema es que descansa en la
filosofía para probar que las proposiciones filosóficas son inferiores a
las científicas; tal parece que está serruchando la rama en la que
están sentados.
Los cristianos no limitamos el conocimiento de ese modo. Nuestra fe
nos provee una visión más amplia de la realidad, porque descansa sobre
una base racional (la revelación de Dios), pero nos permite llegar más
lejos que el empirista porque por medio de la revelación divina
conocemos lo que no podríamos conocer valiéndonos únicamente de los
sentidos y nuestras capacidades intelectuales. Así que en vez de decir:
“ver para creer”, decimos como Agustín de Hipona: credo ut intelligam
– “creo para entender”. La fe es un elemento esencial para el
conocimiento, entendiendo “fe” en este caso como “creencias
provisionales en ciertas cosas antes que podamos validarlas por la
demostración”. Esa fe produce en nosotros un deseo de conocer mejor lo
que ya se cree. Los cientifistas poseen esa clase de fe; ellos parten de
ciertas premisas sobre las que construyen su teoría del conocimiento,
premisas que, como hemos visto ya, no pueden ser probadas
científicamente. Ellos también creen para entender. Pero mientras su fe
descansa en ellos mismos, la nuestra descansa en Dios y Su revelación.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo.
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