Muchos abogan hoy día por la existencia de un estado secular, es
decir, un estado donde las leyes y políticas públicas que rijan a los
ciudadanos estén basadas sobre razones netamente seculares y sean
motivadas por razones seculares, no religiosas ni teológicas. El
problema con este planteamiento, como comenzamos a ver en el artículo
anterior, es que nadie puede tratar con las leyes y las políticas
públicas de una nación desde una postura netamente secular. El estado
tiene que lidiar con una gran cantidad de asuntos trascendentes a la
hora de establecer sus leyes y políticas públicas.
Tomemos el tema del aborto como ejemplo. La postura que asumamos al
respecto dependerá de lo que creamos acerca del origen de la vida
humana, su significado y sus derechos inherentes. En estas cosas, los
que pretenden defender su posición desde una postura no religiosa, en
realidad están trayendo a la palestra argumentos tan religiosos como el
que más. Todos descansamos en ciertas premisas que tenemos que aceptar
por fe (en este caso en particular, los que defienden el aborto lo hacen
porque creen, entre otras cosas, que el feto no es en realidad un ser
humano, sino un “producto” del cual la madre puede disponer).
Por otra parte, es irrealista pensar que alguien pueda defender una
postura moral movido por razones seculares exclusivamente. Las
motivaciones humanas son tan complejas que ningún ser humano puede estar
plenamente consciente de sus propias motivaciones. Por ejemplo, el
filósofo Robert Audi nos dice que a la hora de establecer las leyes y
políticas públicas, los legisladores no deben tomar en consideración lo
que creen acerca de Dios y tomar sus decisiones como si no creyesen en
Su existencia. Pero tal posición es irrealista. Nadie puede abstraerse
de ese modo de sus creencias centrales. Tanto el ateo como el creyente
son profundamente influenciados por las premisas que traen consigo al
debate; nadie argumenta sobre estas cosas desde una postura neutral. En
asuntos como la existencia o no existencia de Dios, la objetividad o
subjetividad de la moral, o la existencia o no existencia de verdades
absolutas, la neutralidad es sencillamente imposible. Todos partimos de
premisas que aceptamos por fe; el problema es que algunos no quieren
competencia con las creencias que han asumido. A fin de cuentas no es
por neutralidad que se está abogando, sino por callarle la boca a los
que no creen como ellos.
© Por Sugel Michelén
Fuente: www.ibsj.org/blog/sugel-michelen.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario