La palabra “secular” proviene del latín y significa “mundo”, no en el
sentido físico, sino más bien temporal. De manera que al hablar de un
estado secular, nos referimos a uno que no descansa en ningún principio
que trascienda la temporalidad de esta vida presente como apoyo de sus
leyes o de sus políticas públicas. En palabras más sencillas, en un
estado puramente secular la existencia (o no existencia) de Dios es
absolutamente irrelevante a la hora de promulgar las leyes que han de
regir la conducta de sus ciudadanos. Uno de los más connotados
defensores de un estado secular, en EUA, es el profesor de filosofía de
la Universidad de Nebraska, Robert Audi, quien propone tres principios
para lo que él llama “virtud cívica en una democracia liberal”.
El primer principio es el que sustenta que nadie tiene la obligación
de apoyar ninguna ley o política pública que restrinja la conducta
humana, a menos que tales leyes o políticas puedan ser defendidas con
argumentos seculares adecuados y no por alguna consideración teológica o
religiosa. El segundo principio es que los que aboguen por la
promulgación de tales leyes o políticas públicas deben poseer
motivaciones netamente seculares. Y finalmente, que las iglesias deben
abstenerse de apoyar candidatos (algo con lo que estamos totalmente de
acuerdo) ni presionar por la promulgación de leyes o políticas públicas
que restrinjan la conducta humana (esto último plantea un serio
problema, como veremos luego).
Como bien señala el Dr. Al Mohler, este razonamiento de Audi,
descansa sobre tres mitos. El primero es el de la posibilidad de que
exista un estado puramente secular. Para que un estado sea puramente
secular, debe comenzar negando la existencia de Dios y al hacerlo ya
está entrando en consideraciones de tipo religioso y ha dejado de ser
secular. Por otra parte, el estado tiene que lidiar con algunas
preguntas fundamentales concernientes a la vida y la muerte, nuestra
identidad como seres humanos o la razón de ser de nuestra existencia.
“Pero desde el momento en que el estado comienza a lidiar con estas
preguntas fundamentales, cesa de ser secular”. El segundo mito es el de
los argumentos netamente seculares; los legisladores tienen que lidiar
con cuestiones como la moral o los valores humanos, acerca de los cuales
no podemos argumentar únicamente desde una postura secular. Como
veremos en la próxima entrega, nadie se acerca a este tipo de temas
desde una postura totalmente neutral.
© Por Sugel Michelén.
Fuente: www.ibsj.org/blog/sugel-michelen.html
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