Una
de las advertencias más serias que el Señor hizo durante su ministerio,
y que muchos no parecen tomar en serio, es la que encontramos en Mateo
6:19-21:
“No
os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y
donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde
ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
El foco de esta advertencia son las primeras palabras que aparecen en el texto: “No os hagáis tesoros en la tierra”.
Ahora, noten que allí no dice: “No acumulen dinero”; allí dice
simplemente: “No atesoréis tesoros”. Un tesoro no tiene que ser
monetario necesariamente; abarca todo aquello que ama nuestro corazón,
aquello hacia lo cual nos inclinamos con especial deleite, lo que
disfrutamos por encima de todas las cosas; en fin, lo que a nuestros
ojos tiene valor. Puede ser algo grande, o puede ser pequeño; puede ser
costoso, o puede tener un valor monetario relativamente insignificante.
Puede ser algo tangible (una casa grande, un auto de lujo, una bonita
figura), o puede ser intangible (fama, prestigio, influencia). “Si son
cosas terrenales – dice el Señor – no las atesoréis; no hagáis de ellas
vuestro tesoro. No vivan para la acumulación de tales cosas, como si
vuestra felicidad dependiera de ello”.
Ahora
bien, como nunca han faltado en la historia de la iglesia personas que
han interpretado este texto, y muchos otros de las Escrituras, en una
forma inadecuada, es necesario que hagamos algunas observaciones en
cuanto a lo que este texto no significa.
En
primer lugar, es evidente que nuestro texto no censura las posesiones
en sí mismas. Tanto en el AT como en el NT se reconoce el derecho a la
propiedad privada. Es precisamente ese derecho lo que subyace bajo el
octavo y el décimo mandamiento: “No hurtarás… No codiciarás”. Robar es
incorrecto, lo mismo que codiciar, porque se roba y se codicia lo que
por derecho pertenece a otra persona. Así que este texto no prohíbe
poseer cosas.
Tampoco
se censura el hecho de tener muchas posesiones. Abraham era un hombre
rico y piadoso. De él se dice en Gn. 13:2 que “era riquísimo en ganado,
en plata y en oro”; y sus riquezas eran una provisión de Dios. Cuando
su criado fue a la casa de Labán buscando esposa para Isaac, una de las
cosas que dijo a la familia de Rebeca fue que Dios había bendecido
mucho a Abraham con posesiones materiales (comp. Gn. 24:35).
Y
lo mismo podemos decir de Job. Cuando todo le fue quitado, Job
reconoció que Dios tenía derecho a disponer de sus bienes, pues Él se
los había provisto: “Jehová dio, Jehová quitó; sea el nombre de Jehová
bendito” (Job 1:21). Dios había bendecido a Job, y ahora ese mismo Dios
había permitido su ruina. Pero ahora noten cómo concluye la historia: “Y
quitó Jehová la aflicción de Job, cuándo él hubo orado por sus amigos; y
aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job” (Job 42:10).
“Jehová empobrece, y Él enriquece”, dice Ana en 1Sam. 2:7 (comp. también
Deut. 8:11-18; 1Tim. 6:17).
Así
que la Biblia no enseña que ser rico sea pecaminoso en sí mismo. Pablo
dice a Timoteo, en 1Tim. 6:17: “A los ricos de este siglo manda que no
sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son
inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en
abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en
buenas obras, dadivosos, generosos”.
Allí
no dice: “Ordénale a los ricos que se deshagan de sus riquezas, y las
repartan a los pobres”. Tampoco prohíbe a los ricos hacer uso de sus
riquezas (Pablo dice que Dios “nos da todas las cosas para que las
disfrutemos”). Lo que Pablo pidió que se ordenara a los ricos fue: 1)
que no fuesen altivos; 2) que no pusieran su esperanza en sus riquezas; y
3) que fueran generosos haciendo el bien.
Tampoco
se prohíbe en la Escritura que seamos precavidos, que ahorremos para el
futuro, o que hagamos buenas inversiones. El libro de Proverbios pone a
la hormiga como un ejemplo de sabiduría que debemos imitar, porque la
hormiga prepara su comida en el verano, para que no le falte en el
invierno (Pr. 6:6-8). La hormiga es previsora, y se espera de un hombre
sabio que lo sea también (comp. 2Cor. 12:14; 1Tim. 5:8).
La
Biblia exalta la prudencia como una virtud, no como falta de fe. El
avisado, el prudente, dice Proverbios, ve el mal y se esconde, pero los
simples pasan y reciben el daño (Pr. 23:3; 27:12). Una cosa es afanarnos
por el mañana, y otra muy distinta prever para el mañana. La primera es
un pecado, la segunda es una virtud.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo.
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