¿Qué
es, entonces, lo que nuestro Señor Jesucristo prohíbe en Mateo 6:19-21?
Dar a las cosas de este mundo un valor que esas cosas no tienen. La
palabra “tierra” aquí no señala un lugar físico, el planeta en que
vivimos, sino mas bien el tipo de cosas que no debemos atesorar: “No
hagan del fin de vuestra existencia en este mundo acumular posesiones
terrenales: ya sea dinero, fama, prestigio, influencia, o cualquier otra
cosa que no podamos llevarnos con nosotros en el día de la muerte”.
Ir
tras cualquiera de esas cosas corrompe el corazón. Ciertamente no es
pecaminoso ser rico, pero sí es pecaminoso y necio desear serlo. Escucha
el testimonio de las Escrituras al respecto:
“No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste. ¿Has
de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán
alas como alas de águila, y volarán al cielo” (Pr. 23:4-5).
“Pero
gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada
hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que,
teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que
quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias
necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición;
porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando
algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos
dolores” (1Tim. 6:6-10).
Pablo
no dice que los que son ricos caen en tentación y lazo, sino los que
desean serlo. Este mandamiento nos toca a todos, seamos ricos o no. La
avaricia es un mal que no tiene fronteras. Es como los virus; no importa
dónde usted viva, no está totalmente a salvo de ellos. Y cuando esa
enfermedad alcanza nuestro corazón somos traspasados de muchos dolores y
tormentos.
Así
que el problema no está en las posesiones en sí, sino más bien en la
actitud que asumimos hacia las posesiones, o hacia el deseo de ser
famosos, o de ocupar ciertas posiciones de influencia. Cualquiera que
sea la forma en que aparezca el mal, lo que importa aquí es el
principio. No debemos poner nuestros afectos, nuestra confianza, nuestro
deleite primario, en ninguna cosa de este mundo, porque tan pronto
hacemos eso estamos convirtiendo tal objeto en un dios (comp. Sal.
62:1-2, 5-6, 8, 10).
Todo
este problema de la codicia surge de un sistema de valores equivocados.
El codicioso no ha aprendido a apreciar el infinito valor de tener
comunión con Dios, y en cambio aprecia las cosas de este mundo más allá
de su valor real. Acércate a la cama de un moribundo, que sabe que le
quedan horas de vida, y trata de interesarlo en una conversación sobre
la bolsa de valores, o sobre lo pertinente que es invertir en esto o en
aquello, y muy probablemente te mirará con asombro y con pena.
Cuando
uno está al borde de la eternidad se da cuenta que nada de eso importa
ya. “Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar de
él”. Es por eso que Asaf decía en uno de sus salmos: “Fuera de ti nada
deseo en la tierra”. Y en otro de los Salmos David escribió: “Jehová es
la porción de mi herencia… y es hermosa la heredad que me ha tocado”.
David era un hombre rico y poderoso, pero su confianza estaba en Dios.
Ese es el meollo de este asunto. Se puede ser rico y tener esa
perspectiva de la vida, como se puede ser pobre y no tenerla.
El
caso de Job es pertinente una vez más. Es muy probable que en todo el
medio oriente no hubiese habido nadie más rico que Job en sus días de
prosperidad. Y sin embargo, escuchen las palabras de este hombre cuando
en medio de su aflicción recuerda los días de abundancia que disfrutó en
el pasado:
“Si puse en el oro mi esperanza, y dije al oro: Mi confianza eres tú; Si me alegré de que mis riquezas se multiplicasen, y de que mi mano hallase mucho; Si he mirado al sol cuando resplandecía, o a la luna cuando iba hermosa, y mi corazón se engañó en secreto, y mi boca besó mi mano; esto también sería maldad juzgada; porque habría negado al Dios soberano” (Job. 31:24-28).
Job
era rico, pero sus riquezas no fueron un impedimento para que tuviese
una perspectiva correcta de la vida. Él no tuvo que deshacerse de todo
lo que tenía para llegar a pensar así. Esa era su forma de pensar cuando
todavía era rico.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo.
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