Una de las características predominantes de la sociedad occidental es
el individualismo. El hombre occidental tiende a pensar en sí mismo
mayormente como un individuo y no como parte de un conglomerado. Más
aun, el hombre contemporáneo parece haber desarrollado una alergia
crónica contra todo tipo de compromiso. Repele fuertemente todo aquello
que pudiera coartar sus deseos e interferir con sus planes;
lamentablemente esta mentalidad no ha dejado de tener un impacto dentro
del cristianismo. Muchas personas profesan ser creyentes y pretenden
tener una relación personal con Cristo, sin tener al mismo tiempo una
relación vital con la iglesia. Pero tal cosa es sencillamente imposible.
Estar en Cristo es equivalente en el NT a estar en la Iglesia; amar a
Cristo es amar a la Iglesia, preocuparse por ella, involucrarse en ella.
Si pasamos por alto esa dimensión corporativa de la obra redentora de
Cristo, estamos tergiversando el mensaje de las Escrituras y
reinventando el cristianismo.
Pablo dice en Tito 2:14 que Cristo se dio a Sí mismo por nosotros
“para redimirnos de toda iniquidad y purificar para Sí un pueblo propio,
celoso de buenas obras”. Comentando este texto, dice Sinclair Ferguson:
“Pablo enfatiza aquí, y en muchos otros lugares, que Cristo quiere
crear un pueblo, y no meramente salvar a individuos aislados que crean
en Él”. Ese interés de Cristo por la unidad de Su pueblo, quedó
claramente evidenciado en la oración intercesora que Juan recoge en el
capítulo 17 de su evangelio, y que estudiamos en el primer sermón de
esta serie. Si nuestras oraciones revelan los anhelos más profundos del
alma, entonces no hay duda alguna de que la unidad de los creyentes es
un asunto prioritario en la mente y el corazón de Cristo (comp. Jn.
17:11, 20-23).
El señor no pide al Padre que los Suyos vengan a ser uno, porque eso
ya es una realidad que vino incluida en el paquete de la redención; pero
Él pide que esa unidad pueda ser perfeccionada y manifestada en una
medida cada vez mayor. Es por eso que ser parte activa de una iglesia
local no es un asunto opcional para el creyente. Como bien señala el
pastor Mark Dever: “Si te llamas a ti mismo cristiano pero no eres
miembro de una iglesia a la que asistes regularmente, me temo que puedas
ir camino al infierno”. ¿Está sugiriendo el pastor Dever que la
membresía de la iglesia es lo que nos hace cristianos? ¡Por supuesto que
no! Pero él quiere subrayar una verdad que muchos cristianos
profesantes parecen estar pasando por alto: la centralidad de la iglesia
en el plan redentor de Dios y en la vida práctica del verdadero
creyente.
Recientemente un novelista con mucha imaginación, y con un manejo muy
cuestionable de la historia, escribió una novela que gira en torno a
una supuesta relación matrimonial entre Cristo y María Magdalena: El
tristemente célebre Código Da Vinci. Pero lo cierto es que la Biblia
sólo reconoce una esposa de Cristo, la que Pablo menciona en su
exhortación a los esposos en el capítulo 5 de su carta a los Efesios:
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y
se entregó a sí mismo por ella” (Ef. 5:25).
© Por Sugel Michelén. Todopensamientocautivo.blogspot.com.
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