Un relato sobre la necesidad de arriesgarse para encontrar la verdadera luz
Hace mucho tiempo hubo una tribu que vivía en una oscura y fría
caverna.
La caverna era pequeña y la tribu vivía hacinada dentro de ella
temblando de frío.
Durante mucho tiempo, la tribu gritaba y se
lamentaba.
Era todo lo que ellos hacían. Era todo lo que ellos sabían hacer.
Los sonidos que emitía la tribu en la caverna eran fúnebres;
pero la tribu desconocía esto pues ellos jamás habían conocido la
alegría.
El espíritu de la cueva era un espíritu de muerte; pero la
tribu tampoco lo sabía pues ellos nunca conocieron lo que era en verdad
la vida.
Un día ellos escucharon una voz diferente que les dijo: “He escuchado
sus lamentos. He sentido su frío y he visto su oscuridad. Es por eso
que he venido a ayudarlos”.
La tribu permaneció en silencio. Ellos nunca habían escuchado esa
voz: la esperanza, y parecía extraño a sus oídos. ¿Cómo podemos saber
nosotros que usted ha venido a ayudar?, le preguntaron al hombre.
- Confíen en mí, contestó el hombre. Yo tengo lo que ustedes necesitan.
Las personas de la cueva se acercaron a través de la oscuridad para
observar la figura del extraño. Él estaba apilando algo, inclinándose de
un lado a otro para recoger y volverlo a apilar.
- ¿Qué está haciendo usted?, preguntó uno de ellos.
El extraño no contestó.
- “¿Qué está haciendo usted?” gritó otro.
Pero él no dijo nada.
“¡Díganos en este momento!” exigió un tercero.
El visitante estaba de pie y habló en dirección a las voces: “Yo tengo lo que ustedes necesitan”.
Se agachó hasta el suelo y encendió lo que había estado apilando tan
cuidadosamente. La madera apilada hizo erupción y la luz llenó la
caverna.
La tribu entró en pánico, y empezaron a gritar: ¡Apáguelo! ¡Hiere nuestros ojos!
- “La luz siempre hiere antes de que ayude”, contestó el extraño. Acérquense un poco más, el dolor irá pasando pronto.
- Yo no puedo, dijo una voz.
- Yo tampoco
- Sólo un necio se arriesgaría exponiendo sus ojos a tal luz, dijo un tercero.
El extraño estaba de pie al lado del fuego y les dijo: ¿Acaso
prefieren la oscuridad? ¿Prefieren el frío? No tengan miedo. Tengan fe.
Durante mucho tiempo nadie habló. Las personas trataban de cubrir sus
ojos con las manos y escondiéndose unos de tras de otros. No se
animaban a acercarse. El extraño estaba al pie del fuego y les dijo para
animarlos: “Está caliente aquí”.
De pronto una voz salió del fondo de la cueva. “Él tiene razón”, dijo. Es más caluroso…
El extraño volteó y vio acercarse a una mujer hacia el fuego. “Ahora puedo abrir mis ojos. Ya puedo ver” dijo la mujer.
- “Acércate”, le dijo el extraño.
Ella obedeció y caminó hacia el anillo de luz.
¡Es tan caluroso aquí!, dijo la mujer mientras extendía sus manos.
“Ya no siento frío”. “Vengan acérquense, sientan el calor”, les dijo a
sus demás compañeros.
¡Cállese!, gritó una voz. ¿Cómo te atreves a invitarnos a tal
tontería? Déjanos, déjanos y toma tu luz. Llévatela, no la queremos.
¿Por qué no vienen? ¿A que le temen?, dijo la mujer al extraño.
Él respondió:
- “Ellos escogen el frío, pues aunque está frío, es lo que ellos
conocen. Prefieren morir de frío antes de confiar y arriesgarse por algo
nuevo, por algo diferente, que los salvará”.
- “¿Y vivir en la oscuridad para siempre?”
- Sí, y vivir siempre en la oscuridad. La mujer permaneció en silencio. Miró primero a la oscuridad y luego al extraño.
El extraño entonces le preguntó:
- “¿Dejarías tú el fuego?” Ella hizo una pausa, y entonces contestó:
- No podría permanecer más en el frío. Pero tampoco estaría en paz sabiendo que mi gente muere en la oscuridad de esta cueva.
- “Eso no será necesario”, respondió el hombre. Ten, extendiéndole un
palo que ardía en fuego. Lleva esto a tu gente. Diles que la luz está
aquí, que la luz es portadora de calor, de vida. Diles que la luz es
para todo aquél que la desea, para todo aquél que tiene fe.
Ella tomó la pequeña llama y caminó entre las sombras.
Fuente: Sanando la Tierra.
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