Cuando era niño pasé algunas necesidades. A Dios gracias, al menos lo esencial nunca faltó, pero sí hubo carencias y muchas privaciones. Es por eso que hoy recuerdo uno de esos momentos de estrenar zapatillas
nuevas. No era algo que ocurriera muy a menudo, por cierto, por lo que
¡significaba todo un placer quitarse las viejas y destruidas zapatillas para calzarse las nuevas!
Sin embargo, hasta hace poco descubrí que había en mi vida otra clase de “zapatillas” viejas, sucias, malolientes y andrajosas; que aunque no se veían a simple vista, ¡allí estaban! Lo peor de todo es que
había aprendido a caminar por la vida con ellas.
Cuando era niño, las zapatillas y todo
lo que recibía, tenían para mí más valor afectivo que material, ya que
sabía que provenían del sacrificio de mi madre o del cariño de algún
pariente. Pero caminar con las queridas zapatillitas rotas, también
representaba cierto riesgo, como pisar una piedra o un clavo y lastimar
mis pies.
Hoy no vivo en la abundancia, algunas
carencias hay. Pero gracias a Nuestro Amado Dios nada de lo que
realmente necesito me falta. Pero descubro con asombro que aún hasta el
día de hoy he continuado caminando con esas viejas y queridas
zapatillitas rotas. Y no me daba cuenta de que justamente por amarlas
tanto y empeñarme en seguir poniéndomelas a pesar de no estar en
condiciones de uso, me he estado lastimando los pies todo el tiempo. Mi
caminar por la vida ha sido accidentado, a veces doloroso, y sin saber a
ciencia cierta por qué. Y no hablo aquí del calzado de mis pies, de esas viejas zapatillitas que como niño pobre muchas veces tuve que usar porque no tenía otra cosa que ponerme.
Concretamente
hablo de actitudes, formas de pensar y de ver las cosas, hábitos y
prejuicios. También de mi forma de relacionarme con Dios, con mi familia
,con mis semejantes, con mi trabajo, con mi entorno.
A lo largo de nuestra existencia vamos
experimentando cosas de las cuales vamos “aprendiendo”. Y muchas veces
una mala experiencia deja una mala enseñanza
si no tenemos los parámetros válidos para poder evaluarla y aprender de
ella lo que realmente nos sirve para edificar, para avanzar en el
sentido correcto.
De haber crecido con mis queridas zapatillitas rotas aprendí que un buen calzado
deportivo no era para mí. De haber caminado por la vida lleno de
prejuicios derrotistas y negativos aprendí que era un perfecto perdedor y
que una completa victoria no era para mí, que me tenía que conformar
con “bendicioncitas”, no con la torta grande de la fiesta.
Algo hizo un “clic” en mi vida y con el
poder del Señor mi mente, espíritu, alma y cuerpo comenzaron a girar en
otro sentido. En pocas palabras: me tuve que sacar las zapatillas viejas
para poder ponerme las nuevas. Esto comenzó con una decisión drástica:
buscar esa gente que de parte de Dios, te diga, te enseñe y finalmente
te convenza, de que Dios tiene preparadas grandes cosas para sus hijos,
entre los que te encuentras tú. Que ninguna tormenta dura más de
cuarenta días, que la terrible situación que pasas no es de Dios y que
El no quiere que nadie tenga necesidades, que todos vivan como lo que
realmente son: hijos del Rey.
Que si somos hijos del Rey, aprendamos a obedecer sus preceptos, alinearnos con su Soberana Voluntad en fe y obediencia y después de eso, a no conformarnos con victorias a medias, porque a los que en Él creen, NADA LES SERA IMPOSIBLE.
Autor: Luis Caccia Guerra
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