Algunos principios bíblicos para el manejo de las relaciones intereclesiásticas

Luego de considerar la pregunta de si es totalmente negativo que las iglesias estén divididas en denominaciones y congregaciones independientes, ahora quiero considerar algunos de los principios que deben regirnos en nuestra relación con otras iglesias hermanas.
Debemos diferenciar doctrinas periféricas de las Escrituras de las doctrinas que son cardinales:
Mucho daño se le ha hecho al testimonio del evangelio por enfatizar desmedidamente algunos detalles de doctrina o de práctica cristiana, que no son vitales para la buena comprensión y proclamación del evangelio.

Por ejemplo, no podemos darle la misma importancia a la doctrina de la Deidad de Cristo, o a la doctrina de la Trinidad, o a la inspiración de las Escrituras, o a la salvación por gracia por medio de la fe en la obra redentora de Cristo, que a la doctrina del milenio de Ap. 20. Aquellas son doctrinas bíblicas cardinales, la del milenio no lo es.

Debemos mostrar amor cristiano hacia todos aquellos de quienes tengamos testimonio de que son verdaderos creyentes en Cristo, independientemente de las diferencias que podamos tener con ellos:
Si una persona profesa ser cristiana, es decir, profesa ser un pecador que merece el infierno, pero que fue salvado por la gracia de Dios al haber confiado únicamente en Cristo para el perdón de sus pecados y el don de la vida eterna; y en su vida muestra las marcas de haber nacido de nuevo, debemos mostrarle amor cristiano, aunque en algunas cosas no estemos de acuerdo.
Eso no quiere decir, necesariamente, que tengamos que trabajar en proyectos comunes (en muchos casos eso no será sabio ni viable); pero sí significa que debemos dispensarle un trato de amor filial por ser un hijo de nuestro Padre celestial (Juan 13:34-35).
Debemos anhelar que el evangelio de Cristo sea proclamado en el mundo, aún cuando aquellos que lo proclaman no pertenezcan a nuestra comunidad de creyentes:
En Mr. 9:38-41 encontramos una historia muy iluminadora al respecto: “Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es”.
Alguien comenta lo siguiente acerca de este incidente:
“Los discípulos se habían encontrado con una persona que también estaba ministrando a los endemoniados. Quizás sería una de las incontables personas que habían sido tocadas por el ministerio de Cristo. Restaurado por la gracia de Dios, estaba dedicando su tiempo a ministrar a los que vivían bajo opresión y tormento. Al verlo, en seguida intervinieron para impedirle que siguiera haciendo ese trabajo. ¿Cuál era el criterio que usaron para censurar el ministerio que realizaba? ¡Que no era parte del grupo selecto de hombres que seguían a Cristo! No demostraron interés por examinar los frutos de su ministerio, ni tampoco en determinar si genuinamente estaba obrando en el poder y la gracia del Espíritu Santo. Descartaron lo que hacía porque no estaba con ellos, y si no estaba con ellos ¡evidentemente no podía ser de Dios lo que estaba haciendo!”
Pablo también nos brinda un ejemplo impresionante en ese sentido. Algunos en Filipo estaban predicando el evangelio “por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún” (Fil. 1:15-18).
No hay indicios en el pasaje de que estos individuos estuviesen predicando un falso evangelio; el punto es que estaban predicando a Cristo por una mala motivación, pensando que con eso molestarían a Pablo. Pero era todo lo contrario: eso le daba más gozo aún porque, independientemente de la motivación, Cristo estaba siendo proclamado.
En la medida de lo posible debemos cooperar con otras iglesias hermanas en proyectos comunes para el avance del reino, conforme al patrón que vemos en las iglesias apostólicas:
Aunque cada iglesia de Cristo es autónoma, tal autonomía no significaba aislamiento. En el NT vemos que las iglesias cooperaban ocasionalmente de diversas maneras:
Para el sostenimiento de obreros del Evangelio (3Jn. 8-10; 2Jn. 5-11).
Para ayudar a creyentes en momentos especiales de necesidad (Rom. 15:26; 2Cor. 8:1-4, 16-24).
Para fortalecer el liderazgo de otra congregación (Hch. 11:22).
Y ¿cuáles son los factores que determinan el grado de cooperación que tendremos con otras iglesias?
1. Factores geográficos (Gal. 1:1-2; Col. 4:16). Aunque el avance en materia de transportación ha hecho más fácil que podamos cooperar con iglesias en otros lugares del planeta, sigue siendo una realidad que la cercanía geográfica facilita el trabajo conjunto con otras iglesias.
2. Factores doctrinales. Una mayor medida de acuerdo doctrinal permitirá una mayor medida de cooperación (compare Am. 3:3).
3. Factores ministeriales. De igual manera, mientras más similitudes haya en cuanto a la visión ministerial de un cuerpo de pastores, en esa misma medida habrá mayor cooperación entre sus iglesias.
4. Factores sociales. Es indudable que la amistad que los pastores de iglesias hermanas desarrollen entre sí contribuirá a la cercanía de sus iglesias respectivas.
Las iglesias deben mostrar respeto mutuo, y evitar en la medida de lo posible todo aquello que pueda debilitar el ministerio de otra:
Por ejemplo, respetar la disciplina eclesiástica aplicada por otra iglesia; rehusar escuchar chismes de otro pastor o cuerpo de pastores; etc.
En conclusión, nosotros somos una gran familia de creyentes, unidos por vínculo indisoluble y glorioso: la morada del Espíritu Santo en nuestros corazones. Y aunque de este lado del cielo, la comunión cristiana no será perfecta, anhelamos la llegada de aquel gran día en que los redimidos del Señor (de toda tribu, pueblo, lengua y nación) adoraremos juntos al Cordero y disfrutaremos de una comunión perfecta por los siglos de los siglos.
Mientras tanto, mostremos en la medida de lo posible la realidad de nuestra unión en Cristo, no menoscabando las doctrinas, sino más bien sobre poniendo el amor a las diferencias. Parafraseando las palabras de J. C. Ryle: Debemos construir paredes doctrinales claras, pero no levantarlas tan alto que no podamos al menos estrechar la mano de los que están del otro lado.

© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario