En nuestra sociedad occidental postmoderna, los sofistas continúan
haciendo tanto daño como lo hicieron en la sociedad ateniense cientos de
años atrás.
Según el Diccionario de la Real Academia, la palabra “sofisma”
significa: “Razón o argumento aparente con que se quiere defender o
persuadir lo que es falso”. Dos palabras relacionadas son “sofisticado”,
que significa “falto de naturalidad, afectadamente refinado; y
“sofisticar”: “adulterar, falsear una cosa”. Los “sofista” eran maestros
ambulantes que aparecen en Atenas en el siglo V a.C., y que enseñaban
por paga (algo muy novedoso en aquellos días) el arte de la retórica; es
decir, hablar, escribir y argumentar eficazmente.
Los
sofistas rechazaron la idea de que los seres humanos fueran capaces de
encontrar respuestas seguras a los misterios de la naturaleza y el
universo. Por tal razón, no se preocupaban por la validez de sus
razonamientos, sino por la fuerza de su argumentación para convencer al
contrario. Su meta no era hallar y proclamar la verdad, sino decir las
cosas de un modo convincente. Por tal razón eran considerados por
algunos como enemigos de la verdadera sabiduría.
Aristóteles, por ejemplo, decía que “la sofística es una sabiduría
aparente”; tiene apariencia de sabiduría, pero no lo es en realidad. Y
Platón decía del sofista que se trata “de un hombre extrañísimo”, ya que
su ser consiste en no ser; dice ser un filósofo (amante de la
sabiduría), pero presupone que tal sabiduría fundada en la verdad no
puede ser hallada.
El sofista es un escéptico y, en gran medida, un cínico. Si el
sofista presupone que los seres humanos son incapaces de responder con
certeza a las preguntas más relevantes de la existencia, su mejor opción
sería dejar de opinar del todo, al menos en cuanto a estas cuestiones
(como Cratilo quien, partiendo de la premisa de que ninguna cosa del
mundo perceptible podía ser realmente conocida, decidió callar por el
resto de su vida, limitándose a señalar lo que quería con el dedo).
Pero el sofista prefiere sacar provecho de su retórica argumentando
con agudeza para defender su posición (a pesar de que, en el fondo, no
puede tener ninguna). Es un incrédulo que está decidido a defender su
incredulidad a toda costa con tal de mantener su estilo de vida.
Pablo los describe en su carta a los Romanos como aquellos que,
profesando ser sabios, se hicieron necios (Romanos 1:22). El problema es
que revisten su necedad con tal ropaje de sabiduría que fácilmente
pueden engañar a los incautos.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo.
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