La biología moderna ha redefinido la vida humana. Hasta la llegada
del siglo XIX era generalmente aceptado el hecho de que el hombre es un
ser creado a imagen y semejanza de Dios. No había dudas sobre lo que
significa ser humano o sobre el valor de la vida, porque la cosmovisión
judeocristiana era determinante en la sociedad occidental.
Pero con la llegada del naturalismo el panorama cambió radicalmente.
El naturalista cree que la vida “surgió de un mar primitivo a través de
un choque… de sustancias químicas, y que a lo largo de cientos de
millones de años de mutaciones casuales, este accidente biológico dio
lugar a los primeros seres humanos”. Esta perspectiva ha traído como
consecuencia una redefinición del hombre y de la vida.
De
acuerdo con la biología moderna el hombre no es otra cosa que un
“animal racional” y, por lo tanto, sin más dignidad que las bestias.
Ingrid Newkirk, la fundadora de PETA (las siglas en inglés de: Personas
en Favor de un Tratamiento Ético a los Animales), declaró a un reportero
del Washington Post que las atrocidades de los nazis son
insignificantes en comparación con la cantidad de animales que son
“exterminados” anualmente para comer: “Seis millones de judíos murieron
en los campos de concentración, pero seis billones de pollos morirán en
los hornos este año”. Y en otro lugar declaró que “no existe ninguna
base racional para decir que un ser humano tenga derechos especiales…
Una rata es un puerco, es un perro, es un niño”.
Muchos evolucionistas se horrorizan ante semejantes declaraciones,
sin comprender que su teoría nos conduce hacia allí a final de cuentas.
Si somos el producto de un afortunado accidente, entonces “no somos más
que protoplasma esperando convertirnos en abono”, como alguien dijo. Ni
siquiera podríamos decir que los seres humanos son animales más
desarrollados en el proceso evolutivo, porque no tendríamos parámetro
alguno para definir el progreso. El evolucionismo nos deja sin una base
racional para defender la dignidad humana.
Las ideas tienen consecuencias. La postura que asumamos respecto a la
vida humana y su definición incidirá directamente en temas como el
aborto, el suicidio asistido, la eutanasia, y muchos otros. Más aún, si
enseñamos a nuestros jóvenes que no existe diferencia alguna entre una
bestia y un hombre, no es de extrañarse cuando los veamos conducirse
según la ley de la selva. El evolucionismo es mucho más que una teoría
académica: es un modo de ver y vivir la vida.
Pero sí existe una gran diferencia entre el hombre y la bestia. La
vida humana es sagrada y el hombre posee una dignidad especial porque, a
diferencia de los otros seres vivos que pueblan el planeta, es un ser
creado a imagen y semejanza de Dios. No somos “animales racionales” como
nos han adoctrinado por décadas a través de los medios masivos de
comunicación, así como en las escuelas y universidades. Poseemos
personalidad y racionalidad porque fuimos creados por un Dios personal y
racional.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo
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