Estos árboles no son cortados ni podados
por los hombres; las palmeras y los cedros son «árboles del Señor » y
por su cuidado florecen. Lo mismo sucede con los santos del Señor que
son objeto de sus cuidados.
Estos árboles siempre están verdes y son
hermosos en todas las estaciones del año. Los creyentes no son a veces
santos y a veces impíos; siempre reflejan la hermosura del Señor.
Dondequiera
que estén estos árboles son dignos de admiración; nadie puede
contemplar un paisaje donde haya palmas o cedros sin prestar atención a
su talla majestuosa.
Los discípulos del Señor son observados de todos; son como las ciudades asentadas sobre un monte que no pueden esconderse.
El hijo de Dios florece como la palma
que sube recta hacia lo alto, en una sola dirección, formando una
columna rectilínea, coronada con un glorioso capitel.
No se expande ni a la derecha ni a la
izquierda, sino que se eleva hacia el cielo con toda su fuerza, y lleva
su fruto tan cerca del cielo como le es posible. Señor, cumple en mí
esta figura.
El cedro desafía todas las tormentas y
crece cerca de las nieblas eternas, llenándolo de savia el mismo Señor,
que mantiene caliente su corazón y sus ramas fuertes.
Hoy me alegrare en saber que en Cristo soy como la Palmera.
Señor, te ruego que así sea conmigo. Amén.
Por: Charles Spurgeon
Fuente: www.renuevodeplenitud.com
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