Mientras más empeño ponemos, menos logramos lo
que queremos.
Son tiempos difíciles, en los cuales la luz no se ve, a lo lejos, en
el horizonte.
Solo soledad, cansancio y mucha confusión nos rodean.
Sin embargo, sí hay una luz, aunque nuestros ojos no puedan
discernirla.
Siempre está disponible, a veces se nos presenta en el
momento más oscuro de nuestra noche.
Allí, cuando nos sentimos sin
fuerzas, totalmente desolados.
Cuando aún el peso de nuestros propios cuerpos se nos hace casi
imposible de llevar.
Entonces, es en ese momento cumbre de nuestra
debilidad, en esas circunstancias menos esperadas, cuando viene a
nosotros.
Algunos la reconocemos y le permitimos que nos ilumine la
vida; otros, acostumbrados a las tinieblas, cierran sus ojos y no se
dejan guiar.
Es como si el hombre en su lucha por ganar espacios, por adquirir
fama, dinero y poder, se ensoberbece de tal manera que se erige a sí
mismo como su propia luz.
Como dueño y señor de su vida. Como el
invencible, el que todo lo puede, el que no necesita de nadie más.
Pero,
la tierra gira más allá de nuestras conciencias, y el sol sale cada
mañana brindándole su luz a un nuevo día en un lado del planeta,
mientras del otro lado, la noche cubre con su manto de oscuridad.
Y así,
seguimos girando; en un instante estamos a plena abundancia de luz, y
en otro estamos bajo el manto de la oscuridad.
Nunca sabemos cuándo será nuestro turno.
Pero, si pensáramos
sensatamente, nos daríamos cuenta que todo es cuestión de tiempo.
Pues,
la Biblia dice el
hombre es tan vulnerable como la flor del campo, la cual en la mañana
muestra su esplendor y en la tarde ya está marchita.
Lo único que puede permitirnos vivir plenamente la luz del día en
nuestras vidas, y más aún, capacitarnos para poder ver las estrellas en
medio de la oscuridad es una virtud olvidada por muchos.
Claro, porque
ella es muy modesta, no se envanece, ni hace alardes de su belleza, es
sencilla y pura, su nombre es: humildad.
La humildad fue la virtud que mostraron los discípulos del Señor
Jesucristo cuando salieron a pescar una noche, y después de trabajar
arduamente, no pescaron nada.
Entonces, ya cuando iba amaneciendo se
presentó Jesús en la playa y Él les dijo:
-Hijitos ¿tienen algo de
comer?
A lo que ellos respondieron: ¡no!
Entonces el Señor les dijo:
-Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis-.
Por lo que ellos la
echaron, como Él les había dicho, y ya no podían sacarla, por la gran
cantidad de peces.
Sí, a pesar de que eran hábiles pescadores, hombres de mar,
acostumbrados a esas faenas, no tuvieron la menor duda en hacer lo que
el Señor les estaba indicando.
Lo hicieron, y para su sorpresa e inmensa
alegría allí estaban los peces, tantos que no podían con sus propias
fuerzas sacar la red, debido a la abundancia de ellos.
Entonces, todo el
cansancio de la noche, se convirtió en regocijo; bajo la dirección del
Señor su faena se convirtió en bendición.
Y como si fuera poco, cuenta
esta historia bíblica, que el Señor les preparó el desayuno Él mismo.
Pienso y creo, que al igual que a los discípulos, el Señor quiere
señalarte el camino, indicarte la siguiente acción que debes emprender.
¡Él quiere bendecirte la vida!
Te invito a que humildemente lo busques
en oración diciéndole:
¡Señor, en tu nombre echaré la red!
Te aseguro
que abrirá sus manos y su corazón para llenarte con sus muchas
bendiciones e iluminar tu vida.
Escrito por: Rosalia Moros de Borregales.
Fuente: www.renuevodeplenitud.com
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