“¿Yo de novio?, no”



novio-no 
 “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” (Proverbios 4: 23)

¿Te has dado cuenta que hay ciertas personas en la iglesia que están completamente cerrados a entablar una relación de noviazgo?, ¿Sabes por qué será?, ¿No te explicas su actitud?, bueno déjame brevemente explicarte algunas de las causas que pueden llevar a una persona a cerrar su corazón por completo.

Una relación fallida, posiblemente esta persona ya estuvo en una relación que no funcionó, y de la cual salió dañado. Por lo general esta clase de personas ahora son quisquillosas a entablar una nueva relación, puesto que creen que todas las personas son iguales.

Miedo al fracaso o inseguridad, esta clase de persona no se siente capaz de poder amar o corresponder a un amor, tal vez porque aun es inmadura o tiene otra clase de planes en su vida a corto plazo y no el de un noviazgo.

¿Don de continencia?, puede ser, ¿Quién sabe que Dios lo dotó o la dotó con ese don?, este don lo que hace es no sentir la falta de otra persona, es decir no sentir la necesidad de sentirse amado en el amor eros por otra persona, don claro está que muchos de nosotros no tenemos, pero que a algunos como el Apóstol Pablo si le es dado.

La verdad es que nadie está exento a que en momento determinado alguna mala experiencia o alguna inseguridad te puedan llevar a no querer saber nada de amor, pero lo que si tienes que estar consiente es que tarde o temprano llegará el momento de permitir que esa persona llegue.

Es por esa razón que la Palabra de Dios nos explica que sobre toda cosa, tenemos que guardar nuestro corazón, porque de el mana la vida, es decir que no permitas que alguien juegue con tus sentimientos, no abras tu corazón al primero que te levante una ceja o que te diga o escriba una frase bonita, el amor verdadero va mas allá de una frase o un gesto bonito, el amor verdadero es dado por Dios en su momento debido.

No salgas por el mundo a buscar quien te dañe tu corazón, guarda tu corazón todo el tiempo que Dios así lo requiera.



Autor: Enrique Monterroza

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