¡No menospreciemos la alabanza!

Aunque sé que este artículo trata un tema altamente controversial, Dios sabe que mi intención al escribirlo no es crear controversias innecesarias, sino llamar la atención a un aspecto de suma importancia para la vida y ministerio de la iglesia: el impacto de la alabanza en el entendimiento doctrinal de los creyentes y su aprecio por las grandes doctrinas de las Escrituras.

Si una iglesia tiene en poco la predicación expositiva y aplicativa de las Escrituras, no resulta extraño que tampoco tenga cuidado de lo que se canta en sus cultos. Pero las iglesias que toman en serio la sana predicación de la Palabra deberían manifestar el mismo interés en el sano contenido de sus himnos.
Y, por favor, noten que no estoy abogando aquí por ningún estilo musical en particular, o contraponiendo los himnos tradicionales a los contemporáneos. Simplemente estoy llamando la atención a la importancia capital de los himnos que la iglesia entona y la preservación de la sanidad doctrinal con el paso de los años.
Permítanme comparar dos pasajes de las Escrituras que nos muestran esta relación en una forma clara y contundente. El primero es Col. 1:24-29: “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia; de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre; para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Col. 1:24-29).
La meta del ministerio de Pablo no era simplemente llevar a los pecadores a los pies de Cristo en arrepentimiento y fe, si no llevarlos a la madurez espiritual. Y ¿cómo esperaba Pablo llevar a cabo esta labor?
  1. Anunciando a Cristo. Todo el ministerio de Pablo estaba centrado en Cristo y en Su obra.
  2. Amonestando a todo hombre. Esta palabra conlleva la idea de prevenir, estimular, animar, exhortar. Debemos advertir a otros creyentes acerca del pecado y del peligro que éste acarrea (comp. Rom. 15:14; 1Ts. 5:14). Una palabra a tiempo puede tener un impacto enorme en la vida de un creyente.
  3. Enseñando a todo hombre en toda sabiduría. Esa fue la comisión que nuestro Señor Jesucristo nos dejó antes de ascender a los cielos (comp. Mt. 28:19-20).
Lo sorprendente es que en Col. 3:16 Pablo usa esta misma terminología para referirse a la meta y contenido de la alabanza en la iglesia: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales”.
Pablo está diciendo aquí que los creyentes se enseñan y se exhortan mutuamente en toda sabiduría a través de los himnos que cantan. De manera que el mismo cuidado que tenemos con lo que escuchamos desde el púlpito, es el que debemos tener con los himnos que cantamos congregacionalmente, porque ambos cumplen el mismo propósito. Así como los pastores no debemos permitir que cualquiera predique la Palabra desde nuestros púlpitos, así también debemos ser celosos con los himnos que escogemos para cantar. Escuchen lo que dice Warren Wiersbe al respecto:
“Estoy convencido de que las congregaciones aprenden más teología (buena y mala) de las canciones que cantan que de los sermones que escuchan. Muchos sermones son doctrinalmente sanos y contienen una buena cantidad de información bíblica, pero carecen del contenido emocional necesario para conseguir el asentimiento de los oyentes. La música, sin embargo, alcanza la mente y el corazón al mismo tiempo. Posee el poder de tocar y mover las emociones, y por esa misma razón puede ser un maravilloso instrumento en las manos del Espíritu de Dios o un arma terrible en las manos del Adversario”.
El propósito de nuestros cánticos en la iglesia no es entretenernos, es alabar a Dios y edificarnos mutuamente. Nuestros cantos congregacionales deben ser un vehículo para que “la palabra de Cristo more en abundancia” entre nosotros. Pero eso es imposible de lograr con himnos que son teológicamente ambiguos, superficiales, innecesariamente repetitivos y centrados en la experiencia del hombre con Dios, en vez de enfatizar lo que Dios hizo a nuestro favor a través de la persona y la obra de Cristo.
Muchos de los himnos que se cantan hoy abundan en expresiones emotivas de nuestra relación con Jesús, pero carecen de una clara presentación de lo que Jesús logró a nuestro favor a través de Su vida perfecta, Su muerte y Su resurrección. Gracias a Dios por autores contemporáneos como los Getty, y por himnos tan llenos de contenido evangélico como “El poder de la cruz” o “Sólo en Jesús”. ¡Cuánto quisiéramos ver más de esto en muchas de nuestras iglesias! Pero ¡Cómo quisiéramos ver también un resurgir de los grandes himnos del pasado, que con tanta claridad presentan la obra redentora de Cristo como la única esperanza de salvación y santificación!
El hecho de que una música sea pegajosa, o de que toque nuestras fibras emocionales, no es suficiente para que una composición sea usada en nuestros servicios de adoración. Si no queremos sermones ligeros y mediocres, tampoco debemos permitir alabanzas ligeras y mediocres en nuestras iglesias, porque el canto y la predicación deben cumplir el mismo objetivo, como Pablo enseña en su carta a los Colosenses.
Por supuesto, de más está decir que la alternativa no es una alabanza cerebral desprovista de emociones, sino una alabanza que impacte profundamente nuestro corazón, no primariamente por su música, sino por las verdades del evangelio que comunica. Con esto tampoco estoy minimizando la importancia de la música como vehículo de expresión de la letra que se canta, pero la música en sí misma no edifica a nadie.
He aquí, entonces, mi ruego: Por favor, no menospreciemos el impacto de la alabanza en la iglesia. Tal vez pasen años antes de que veamos el fruto maduro de ese impacto, para bien o para mal; pero si Dios puso tanto cuidado en el contenido de las composiciones que Su pueblo cantaba en el antiguo pacto (como vemos claramente en los Salmos), los creyentes del nuevo pacto debemos mostrar ese mismo cuidado en los himnos que seleccionamos para alabar a Dios cuando nos reunimos en Su nombre para adorarle.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo.

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