La santificación de lo ordinario Vs. la filosofía del negrito del batey


Alrededor del siglo XVII se produjo un cambio significativo en el arte de la pintura como consecuencia del impacto de la Reforma Protestante en el norte de Europa. Antes de ese tiempo, los artistas tenían la tendencia a concentrarse en dos cosas: O se dedicaban a pintar a los dioses y diosas de la antigüedad y a los héroes de la Grecia y la Roma clásica, o se concentraban en temas religiosos: los santos, la virgen María, los ángeles, etc. Una particularidad de esas pinturas religiosas era que las personas no parecían reales, sino como pertenecientes a un mundo superior, sublimizado.

Pero entonces llegó la escuela holandesa del siglo XVII con pintores como Rembrandt, Jan Vermeer, Frans Hall, hombres profundamente influenciados por la Reforma Protestante, los cuales comenzaron a plasmar en sus pinturas personas ordinarias haciendo trabajos ordinarios: la lechera, el carnicero, el herrero, el pescador. Estos artistas de los Países Bajos llegaron a entender que el señorío de Cristo se extiende a todos los aspectos de la vida humana; que aún en esas cosas ordinarias de la vida debemos actuar conscientes de la presencia de Dios y para la gloria de Dios.
Debido a la influencia de la Reforma, las naciones del Norte de Europa desarrollaron lo que luego sería conocida como la ética protestante del trabajo, trayendo como resultado más prosperidad que el de otras naciones en el Sur de Europa que contaban con mayores recursos naturales. Aunque la Reforma Protestante no fue primordialmente un movimiento económico, político o cultural, incidentalmente produjo cambios profundos en la economía, en la política y en la cultura en general. El evangelio trajo consigo el germen de ese cambio al proveer a esas naciones una visión de la vida centrada en la Palabra de Dios, y en el señorío de Cristo.
Ahora bien, los reformadores del siglo XVI no se inventaron esa cosmovisión, o esa ética del trabajo, de la misma manera que Cristóbal Colón no se inventó América, sino que simplemente la descubrió. Esa forma de pensar había sido provista por Dios mismo en las Escrituras, en textos como Colosenses 3:22ss, o 1Cor. 10:31.
Durante la Edad Media el Catolicismo Romano se había encargado de hacer una separación abismal entre lo sagrado y lo secular, llevando a muchos a pensar que solamente los servidores directos de la iglesia (los sacerdotes, los monjes y monjas, los obispos), podían vivir realmente para la gloria de Dios. Pero ¿qué de todos esos creyentes que día tras día desempeñan un montón de tareas ordinarias que son necesarias para el buen funcionamiento de la sociedad humana? Doctores, abogados, plomeros, ingenieros, electricistas, arquitectos, amas de casa, maestros, ebanistas, herreros. ¿Cuál debe ser el móvil que lleve a todas esas personas a levantarse cada día de cada semana para involucrarse en sus trabajos?  Pablo no nos deja ninguna duda al decir a los esclavos en Colosas, muchos de ellos dedicados a labores que consideramos muy ordinarias: Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23-24).
El estudio de las Escrituras llevó a muchos a entender, lo que ahora muchos parecen haber olvidado: que todo creyente vive y trabaja para la gloria de Dios, desde el pastor hasta el abogado, desde el misionero hasta la ama de casa, desde el teólogo hasta el ebanista, desde el maestro de Escuela Dominical hasta el músico y el pintor. Somos siervos de Cristo las 24 horas del día, los siete días de la semana, los 365 días del año. Cada cosa que hacemos debemos hacerla para Él, con el propósito de que Su nombre sea glorificado.
Si eres diligente en tu trabajo y haces las cosas bien, es muy probable que ganes la confianza de tus jefes o que seas promovido; y no es pecaminoso que desees prosperar. Pero tu motivación primaria para esforzarte en tu trabajo es que el honor de Cristo está envuelto en lo que haces.
En Tito 2:9-10 dice Pablo: Exhorta a los siervos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones; no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador. La voluntad expresa de nuestro Señor es que adornemos la doctrina que profesamos con nuestra conducta (comp. Ef. 6:6-7). El que trabaja con una motivación correcta va a rendir lo mismo cuando el jefe está y cuando no está, porque esa persona lo hace para Cristo y no para agradar a los hombres, ni para recibir una promoción.
No importa qué tan pequeña sea una labor, o cuán poco valor le asignen los hombres, todo lo que hagamos debemos hacerlo de corazón, poniendo todo empeño en que quede bien, porque lo estamos haciendo realmente para Dios reciba y no para los hombres. Los creyentes no deben adoptar la filosofía del negrito del batey, que veía el trabajo como un enemigo y un castigo de Dios, porque esa forma de pensar es completamente contraria a la enseñanza de la Escritura con respecto al trabajo y promueve una mediocridad que es indigna de un creyente.
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© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo

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