La libertad de la gracia divina

Cuando la Biblia dice que somos salvos por gracia, o que todos los dones que recibimos de la mano de Dios lo recibimos por gracia ¿qué es exactamente lo que quiere decir? La gracia de Dios es usualmente definida como un favor que Él concede a personas que no lo merecen. Gracia es un favor inmerecido. No merecemos lo que se nos da, no hay ninguna cosa en nosotros o que haya sido hecha por nosotros que mueva al dador a darnos lo que nos da, pero nos lo da. Es el favor que se muestra hacia el que nada merece.

Pero esta definición todavía se queda un poco corta de lo que la Biblia enseña respecto a la gracia. Ciertamente la gracia es un favor inmerecido, pero esto sólo es una parte de la historia. Debemos decir también que la gracia es aquel favor otorgado a una persona que, no sólo no lo merece, sino que merece todo lo contrario. En otras palabras, no se trata únicamente del favor que se otorga al que no tiene méritos, sino al que tiene deméritos.
Si tendemos una mano de ayuda a un mendigo hambriento, eso es misericordia; pero si un hombre comete una fechoría contra nosotros y en vez de darle el castigo que merece le hacemos un favor, eso es gracia. Y lo que la Biblia enseña es que todos los favores que recibimos de la mano de Dios, absolutamente todos, los recibimos de pura gracia. Por eso es que la Biblia contrasta lo que se obtiene por gracia de lo que se pretende recibir por obras (comp. Rom. 11:5-6; Ef. 2:8-9; 2Tim. 1:8-9).
Pablo insiste en esto una y otra vez en sus cartas: Si es por obras, entonces ya no es por gracia; y si es por gracia, entonces ya no es por obras. Pero no puede ser por ambas cosas al mismo tiempo. El concepto de gracia excluye automáticamente todo mérito humano. Donde algo se da a una persona que lo merece, ya no hay gracia.
La gracia, entonces, implica dos cosas: Absoluta libertad en el que otorga el don (no hay nada fuera de sí mismo que haga necesario que él otorgue ese don, ese beneficio), y demérito en el que lo recibe. Vamos a explicar esto con más calma.
Si miramos la gracia desde el punto de vista de Dios, diremos que se trata de un favor que El otorga libremente. Cuando la Biblia nos dice que Dios nos da la salvación sólo por gracia, lo que está diciéndonos es que al hacerlo Dios no fue movido a actuar por ninguna cosa fuera de Sí mismo. Dios hace lo que hace porque El quiere hacerlo. Punto. Como dice Pablo en Ef. 1:11, Él “hace todas las cosas según el designio de Su voluntad”. De hecho, Dios es el único Ser que existe que es totalmente libre en lo que hace. Todas nuestras acciones de un modo u otro son influenciadas por muchos factores externos a nosotros mismos. Pero Dios no es así; cuando Él obra, obra en total libertad.
¿Por qué Dios creó el mundo, y por qué lo creó como lo creó? ¿Estaba Dios obligado a crear? ¿Necesitaba en algún sentido hacerlo? No; Dios no tenía ninguna obligación, ni ninguna necesidad de crear absolutamente nada. Dios subsiste por Sí mismo, y no depende de nadie ni de nada para Su existencia o Su felicidad. Dice en Ap. 4:11:“Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”. Eso fue lo que Dios quiso hacer y eso fue lo hizo.
Y lo mismo vemos en el despliegue de Su gracia. Cuando Dios decide soberanamente otorgar la salvación de un pecador lo hace en total y absoluta libertad, movido únicamente por Su gracia, no por ninguna cosa que haya en el pecador. Esa fue la lección que el Señor le dio a Moisés con respecto a Sí mismo en Ex. 33:18-19. Moisés le pide a Dios que le muestre Su gloria y en respuesta a su oración el Señor le revela algo importante sobre Su persona. Le dice: “Moisés, te voy a mostrar mi gloria; voy a enseñarte algo de Mi mismo, algo de mi esencia como Dios; helo aquí: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia”.
En otras palabras: “Cuando yo muestro misericordia no lo hago movido por nada que esté fuera de mi propia voluntad, nada que me mueva a favorecer a alguna de mis criaturas. Yo me compadeceré del que yo me compadezca” (comp. Rom. 9:14-18). Y Dios no pide excusas por hablar así. Él es Dios, y cuando actúa lo hace según el sabio y santo consejo de Su propia voluntad. El apóstol Pablo lo explica magistralmente en Rom. 11:33-36:
“¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén”.
Dios no le debe nada a nadie; por lo tanto, cuando otorga un favor lo hace en total libertad. No hay nada fuera de Sí mismo, fuera de Su propia voluntad, que lo obligue hacerlo. Así que si miramos la gracia desde la perspectiva de Dios, diremos que se trata de un favor que El otorga libremente. Esa es la clara enseñanza de las Escrituras en textos como Efesios 1:3-14 (por favor, note los énfasis):
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”.
Dios no actúa antojadizamente al hacer lo que hace, pero las razones de por qué nos otorga Sus dones de gracia están en Él, no en nosotros. Fue “según el puro afecto de su voluntad”, “según las riquezas de su gracia”, “según su beneplácito”, “conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Y todo eso “para alabanza de la gloria de su gracia” (1:6, 12, 14).
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. 

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