¿Cuál es el papel que deben jugar las emociones en nuestra adoración a Dios?

Por el hecho de haber sido creados a la imagen Dios, no sólo somos criaturas que piensan y actúan, sino también criaturas que sienten una gama muy variada de sentimientos y emociones, que juegan un papel sumamente importante en nuestras vidas, porque interactúan con nuestra mente y nuestra voluntad en todas las decisiones que tomamos y en todas las cosas que hacemos.

Pero así como el pecado trastornó nuestro entendimiento, así también trastornó nuestras emociones, de tal manera que el pecador se siente atraído hacia aquello que lo daña, y al mismo tiempo repele y rechaza lo que es para su bien. Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros la regeneración, abre nuestro entendimiento para que podamos comprender la verdad y así tener una perspectiva correcta de las cosas. Pero esa obra no se limita a la facultad de la mente.
El arrepentimiento, por ejemplo, no se trata simplemente de un análisis frío de nuestras transgresiones contra la ley de Dios. El verdadero arrepentimiento viene acompañado de un despertar de nuestras conciencias y de un claro entendimiento de la ley moral, que nos hace sentir miserables por nuestra rebelión contra el Dios amante que la promulgó, pero también gozosos por haber sido perdonados por ese mismo Dios que hemos ofendido. Es por eso que nuestros himnos deben expresar nuestro lamento por el pecado, pero también nuestro gozo por el perdón y reconciliación con Dios y nuestro anhelo por crecer en obediencia.
Es sumamente lamentable, el hecho de que muchas iglesias al día de hoy curan con tanta liviandad el sentimiento de culpa, ya sea minimizando la gravedad del pecado u obviándolo por completo. El problema es que al hacer eso están eliminando también la posibilidad de experimentar un verdadero gozo en la adoración. El gozo genuino no se produce a través de un proceso de manipulación emocional, sino a través del entendimiento de la verdad.
Spurgeon decía al respecto hace más de 100 años: “Muchos se toman a la ligera el pecado y, en consecuencia, hacen lo mismo con el Salvador; pero aquel que ha estado delante de su Dios, culpable y condenado, con la soga al cuello, llora de alegría cuando recibe el indulto, aborrece la maldad que le ha sido perdonada y vive para honrar al Redentor cuya sangre lo ha limpiado” (cit. por Dallimore; Spurgeon: Una Nueva Biografía; pg. 36).
Así que el arrepentimiento verdadero genera en nosotros un conjunto diverso de emociones. Y lo mismo podemos decir de la fe. La fe, como bien señala Carson, “no es un mero asentimiento mental a una serie de proposiciones religiosas. El punto focal de las Escrituras es el Señor Jesucristo. Responder en fe a la palabra del evangelio es volvernos a Cristo en confianza. Pero como tal confianza es una dependencia personal en Aquel que sufrió y murió por pecadores, ésta no puede ser divorciada de una cálida gratitud y una profunda vergüenza, porque fueron nuestros pecados los que le causaron ese dolor” (Christian Worship; pg. 51-52).
Por lo tanto, así como no podemos concebir la fe sin un entendimiento intelectual y una reacción moral, tampoco debemos concebirla sin su dimensión emocional. Y en la misma medida en que vamos profundizando en el conocimiento de la verdad revelada sobre Dios, Sus obras y Su voluntad para con nosotros, en esa misma medida nuestra respuesta emocional se intensifica.
Y cuando nos unimos en comunión con aquellos con quienes compartimos un mismo Padre, un mismo Señor, una misma fe y una misma esperanza, nuestras emociones se intensifican todavía más. El gozo se hace mayor cuando es compartido. Esa es una de las bendiciones particulares del culto de adoración (comp. Sal. 133).
Sin embargo, precisamente porque nuestra respuesta emocional tiende a intensificarse cuando estamos en compañía de otros, es en ese contexto en el que podemos ser más fácilmente extraviados, y llevados de un sano despertar de nuestras emociones al emocionalismo, es decir, a un estado emocional producido artificialmente a través de la manipulación de ciertos elementos de tal manera que nuestras emociones toman el control.
En el emocionalismo el entendimiento es colocado en un segundo plano o anulado por completo, y eso es altamente peligroso, porque cuando las emociones toman el control de nuestra personalidad, dejamos de ser objetivos y podemos ser fácilmente extraviados y engañados. Como bien señala Herbert Carson: “Ese emocionalismo puede guiar a una persona a una profesión [de fe] espuria [i.e., falsa, engañosa] y anestesiarlo de tal modo que se sienta satisfecho con su condición, y venga a ser inmune a la real demanda del evangelio” (op. cit.; pg. 53).
Pero no solo eso; el emocionalismo también es peligroso por ser altamente adictivo. Sigue diciendo Carson: El “falso emocionalismo actúa como una droga que embota los sentidos aún cuando parece estimularlos, de modo que el adicto necesitará dosis más frecuentes y más fuertes” (Ibíd.).
Este es un mal que debe ser evitado a toda costa. El emocionalismo se opone a la verdadera adoración tanto como la lujuria se opone amor; pero la sensación que produce es tan real para el que la experimenta que puede confundirlo. Por eso son tan relevantes  las palabras de John MacArthur cuando nos advierte que “La adoración no es energizada por métodos artificiales. Si sientes que debes tener rituales… o cierto tipo de música que disponga el ánimo para adorar, lo que estás haciendo no es adoración. La música y la liturgia pueden ayudar a un corazón adorador a expresarse, pero éstas no pueden cambiar un corazón no adorador en uno que sí adore. El peligro está en que ellas pueden darle a un corazón no adorador la impresión de haber adorado” (The Ultimate Priority; pg. 103-104).
Todo cristiano sincero tendrá siempre el deseo de percibir la presencia de Dios en sus cultos de adoración. Pero ese deseo genuino sin la debida instrucción deja a los cristianos a expensas de ser manipulados por la habilidad de un director de himnos o un predicador. Eso no quiere decir que estemos negando la involucración de nuestras emociones en la adoración. Una adoración sin emoción es una adoración sin corazón, y una adoración sin corazón no es adoración (Salmo 100; Juan 4:22-24).
Pero “el sano despertar de las emociones es producido por la verdad de Dios aplicada por el Espíritu Santo a la mente, la conciencia y la voluntad. Es por el impacto de la Palabra que emergen las experiencias emocionales más profundas, y es aquí donde encontramos el secreto de los profundos sentimientos asociados en la Escritura con la verdadera adoración.” (Carson; op. cit.; pg. 53)
El apóstol Pedro nos arroja mucha luz en cuanto al sano despertar de nuestras emociones en su primera carta; hablando del Señor Jesucristo dice: “…a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1P. 1:8). Los cristianos aman a Cristo y se gozan en Él. Ése es uno de los distintivos esenciales del cristiano: aman a Su Salvador sin haberle visto y se alegran en Él con un gozo inefable y glorioso.
Aunque no hemos visto al Señor con los ojos físicos, aun así le conocemos y, en cierto modo, podemos decir que le hemos visto “con los ojos de la fe”; y eso que hemos visto y conocido nos mueve, no sólo a amarle, sino también a gozarnos en Él. Así que este es un gozo y una alegría que emanan de la fe. No se trata de algo creado artificialmente a través del uso de ciertos elementos. Es un gozo que se produce en el creer. “En quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso”.
Y eso nos lleva una vez más a la centralidad de las Escrituras en la verdadera adoración, porque esos afectos verdaderos que emanan de la fe, sólo pueden ser producidos por la obra del Espíritu en el corazón de los creyentes a través de la Su Palabra. Todo lo demás no es otra cosa que manipulación y emocionalismo.
En la verdadera adoración el intelecto va delante y las emociones detrás, no puede ser al revés. Sin verdad no hay adoración y la verdad sólo se entiende con la cabeza (Jn. 4:24). Pero la ortodoxia sin emoción revela una comprensión inadecuada de la verdad. La adoración que agrada a Dios y edifica a Su pueblo tiene luz y calor, ortodoxia y entusiasmo, entendimiento y celo, pensamientos y emociones.
© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. 

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