¿Por qué la iglesia Católica Romana es irreformable?


Dome of St Peter's, Rome, Italy
A propósito de la elección del nuevo papa Francisco I, y del furor que ha causado entre algunos protestantes, es importante recordar por qué la iglesia Católica Romana, tal como la conocemos ahora, es irreformable, independientemente del que ocupe la silla papal. Esto se debe, claro está, a su doctrina de la revelación y de la infalibilidad papal.

Los teólogos católicos comparan la revelación divina con una fuente de la que fluyen dos corrientes a través de las cuales Cristo nos transmite Su Palabra. James G. McCarthy, en su libro El Evangelio Según Roma, nos explica:
“La Iglesia Católica enseña que a fin de que el cúmulo de la verdad revelada por Cristo ‘se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades’, el Señor mandó a los apóstoles que transmitieran la revelación a otros. Esto se llevó a cabo de dos maneras”.
“Primero, los apóstoles transmitieron la fe en forma no escrita, oralmente, es decir, ‘con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones’ que ellos establecieron… La segunda forma fue por escrito: ‘los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo.’ Estos escritos llegaron a ser las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento” (El Evangelio Según Roma; pg. 234)
No debemos pasar por alto el hecho de que la relación que existe entre la Biblia y la Tradición como fuentes de verdades reveladas, ha sido y sigue siendo un dolor de cabeza para los teólogos dentro del catolicismo.
Como señala el periodista católico Antonio Montero, tanto el Concilio de Trento (1545-1563) como el Concilio Vaticano I (1869-1870) “robustecieron el sentir católico sobre la Tradición y subrayaron el magisterio eclesiástico como intérprete de la misma” (Antonio Montero; cit. por José Grau; Catolicismo Romano; Vol. 2; pg. 848).
El problema es que no todos los teólogos católicos interpretan las declaraciones conciliares de la misma manera. “¿Quiere esto decir – sigue diciendo Montero – que para el católico la Tradición significa una segunda y distinta fuente de verdades reveladas? Quienes así lo entienden hacen constar que en la iglesia primitiva hubo una transmisión de verdades más amplias que la que recoge el Nuevo Testamento, las cuales han sido conservadas por transmisión sucesiva – Santos Padres, Teólogos, Liturgia, fe del pueblo – y pueden ser definidas por el magisterio infalible de la iglesia. Cabe, por tanto, que llegue a dogma de fe un hecho o una verdad que no esté en la Sagrada Escritura. Esto, que hoy por hoy, sigue siendo inaceptable para las iglesias separadas nacidas de la Reforma, tropieza también con graves obstáculos y distingos ante un gran sector de obispos y estudiosos… Dicen que, de suyo, sólo hay una Fuente de Revelación que son las palabras y los hechos divinos tales como ocurrieron. Los cuales nos han sido transmitidos por un doble cauce: Libros Sagrados y Tradición viviente en la Iglesia… Puede haber verdades de fe que se hallen en la Biblia de un modo germinal y van manifestándose con mayor claridad a lo largo de la historia, fruto de un desarrollo y una explicación que hace la Iglesia, con Biblia y Tradición en sus manos… Nunca se decidirá nada que no esté en la Biblia, y en este sentido no admiten los que tal defienden que pueda hablarse con rigor de una segunda fuente de la Revelación” (Ibíd.; los subrayados son originales).
Esta diferencia de interpretación plantea una situación difícil a una Iglesia que clama infalibilidad en sus dogmas. La Oficina de Prensa del concilio, tratando de suavizar la situación frente al público, manifestó que “ninguna de las dos tendencias rechaza la Tradición como fuente de Revelación, pero divergen sobre el modo de entender la relación existente entre Tradición y Escritura.” (Ibíd.)
Finalmente, en el Concilio Vaticano II se declaró que “la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en un mismo caudal y tienden a un mismo fin.” (cit. por McCarthy; op. cit.; pg. 235). Así que cuando la Iglesia Católica habla de la Palabra de Dios, se refiere a una “sola cosa” formada por las Escrituras y la Tradición: “La Tradición y la Escritura constituyen, pues, un solo depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia.”
Es importante que comprendamos estas distinciones para no dar lugar a malos entendidos. “Cuando un teólogo católico se refiere a la Palabra de Dios escrita, está hablando de las Escrituras. Si habla de la Palabra de Dios no escrita, está hablando de la Tradición. Pero si se refiere a la Palabra de Dios, probablemente está hablando de las Escrituras y la Tradición juntas. En otras palabras, según la Iglesia Católica Romana, la Biblia solamente no es la Palabra de Dios completa” (Ibíd.; pg. 235).
Que no estamos comprendiendo mal a los teólogos católicos es evidente en estas dos citas adicionales del Concilio Vaticano II; por un lado nos dicen que la Iglesia “… no saca exclusivamente de las Escrituras la certeza de todo lo revelado” (Ibíd.). Y con respecto a las Sagradas Escrituras dicen que la Iglesia “siempre la ha considerado y considera, juntamente con la Tradición, como la regla suprema de su fe” (Ibíd.).
Como bien señala, José Grau: “Un mero cambio de palabras no puede resolver una cuestión tan importante… Aunque se diga que existe una sola Fuente de Revelación, si se sigue afirmando que la misma nos es comunicada a nosotros a través de una doble vertiente: Escritura y Tradición, queda en pie, sustancialmente, el mismo error de querer equiparar la Tradición apostólica inspirada (contenida en el Nuevo Testamento) con la tradición eclesiástica no inspirada… Cambiar los vocablos de Trento y del Vaticano I sin alterar la sustancia de lo que los mismos querían expresar, no hace más bíblica la tendencia teológica del nuevo Romanismo. El problema que tiene planteado Roma es insoluble. Se opuso a la verdadera reforma de la Iglesia en el siglo XVI cerrando los oídos a la Palabra de Dios y, no sólo dividió a la Cristiandad occidental con su rechazo, sino que en Trento formuló sus ‘propias’ doctrinas que canonizaron, de hecho, todas las desviaciones medievales. Mas, ahora, cuatro siglos después, y luego de haber estudiado un poco más atentamente la Sagrada Escritura, los teólogos romanistas se dan cuenta de que, aún deseándolo, no pueden afirmar que la Reforma fue un movimiento surgido a espaldas de la Biblia, sino todo lo contrario. ¿Qué hacer? ¿Rectificar Trento? Imposible, ¿cómo confesar que se equivocó hace cuatro siglos una iglesia que, según se formuló en el Vaticano I, se cree infalible? Todo intento de seria reforma dogmática se enfrentará siempre con estos dos muros: Trento y Vaticano I. No queda otra salida más que el juego de palabras” (op. cit.; pg. 852).
Es esa religión, y no otra, la que Francisco está llamado a gobernar como líder espiritual. No podemos conocer el corazón de este hombre, que muchos han señalado como un papa diferente, sencillo e innovador. Tampoco juzgamos si tiene en verdad buenas intenciones. Pero eso no elimina el hecho de que el papado sea anti bíblico en sí mismo y que la institución sobre la cual ha sido colocado Francisco no puede experimentar una verdadera reforma bíblica, porque para ello tendría que desmontar dos dogmas esenciales que sostienen actualmente el andamiaje del catolicismo romano: el dogma de la infalibilidad papal y de las dos fuentes de revelación.
Fuente: www.todopensamientocautivo.com

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