Contrario al pensamiento de muchos, no es la sinceridad o cantidad de
la fe lo que importa, sino el objeto en el que descansa la fe. Si una
persona ingiere un veneno por error creyendo sinceramente que es jugo de
naranja, la sinceridad de su creencia no eliminará el efecto nocivo del
veneno.
De igual manera, aquellos que viajen atemorizados en avión tendrán
más probabilidades de llegar a su destino que aquellos viajeros ilegales
que se arriesgan abandonar su país en una frágil embarcación, por más
seguridad que tengan de que llegarán sanos y salvos a la otra orilla.
Los primeros tienen poca fe en un objeto confiable, mientras los
segundos están depositando mucha fe en uno que no lo es.
Pues lo mismo ocurre en lo tocante a la vida eterna. La Palabra de Dios
enseña en Proverbios 16:25 que “hay camino que parece derecho al hombre,
pero su fin es camino de muerte”. Este hombre transita confiado por una
senda equivocada, creyendo sinceramente que va por buen camino, pero la
sinceridad de su creencia no eliminará el hecho de que ese es un camino
de muerte.
Y es que la fe no tiene poder en sí misma para salvar. Ella opera más
bien llevándonos de la mano a confiar en el único que puede salvar al
pecador: nuestro Señor Jesucristo. Todo el que descansó sinceramente en
cualquier otro medio de salvación, aparte del Señor Jesucristo, se
perderá, porque no es la fe la que salva, sino Cristo por medio de la
fe.
La fe que conduce a la salvación es una mano desnuda que se extiende
confiadamente para recibir lo que el Señor Jesús ofrece en el evangelio.
Él se hizo Hombre siendo Dios, vivió una vida perfecta y luego murió
en una cruz para pagar la deuda de todos aquellos a quienes vino a
salvar; y ahora, en base a esa obra de redención, ofrece perdón y vida
eterna a todo aquel que cree. Su justicia perfecta es puesta en nuestra
cuenta por medio de la fe.
En Juan 6:47 dice el Señor: “De cierto, de cierto os digo: El que
cree en mí tiene vida eterna”. Y en otro lugar añadió: “Mis ovejas oyen
mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna” (Juan
10:27-28). Sólo las ovejas de Cristo tienen vida eterna, no las de
ningún otro pastor; y esas ovejas se distinguen en que oyen su voz y le
siguen; ellas prestan atención a las enseñanzas de Cristo reveladas en
Su Palabra, la Biblia. Creer sincera y profundamente en cualquier otro
medio de salvación no servirá de nada; es Cristo el que salva, por medio
de la fe.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo.
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