La corona ignominiosa de un Rey

La Biblia nos enseña que para que Dios pudiese justificar a los creyentes sin pasar por alto Su justicia, Su Hijo debió sufrir a un nivel inimaginable. Ningún otro ser humano en la historia ha padecido más que nuestro Señor Jesucristo, tanto a nivel físico como a nivel emocional y espiritual. Sus sufrimientos fueron únicos porque Él era único.

Y nuestro Dios quiso que nosotros supiéramos eso, que no fuésemos ignorantes de lo que significó para Cristo venir a salvarnos. El Señor quería que nosotros pudiésemos aquilatar cuán grande fue el amor con que nos amó y cuán costosa fue nuestra salvación.

Es por eso que en el relato de los Evangelios se narra con tantos detalles la semana de la pasión, más que cualquier otro aspecto de la vida de Jesús. Y uno de esos detalles es la corona de espinas con la que Jesús fue coronado antes de Su crucifixión. El Espíritu Santo inspiró a Mateo, a Marcos y a Juan para que incluyeran ese detalle en sus narraciones de la pasión.
¿Qué debemos ver en esa corona con que Cristo fue coronado? ¿Qué lecciones espirituales podemos extraer de este siniestro detalle de la crucifixión? Siguiendo a través del bosquejo de Frederick Leahy en una de sus meditaciones sobre la cruz, quiero que nos detengamos a considerar la vergüenza de esta corona y su significado.
La vergüenza de esa corona.
La intención obvia de estos soldados no era únicamente la de torturar al Señor, sino también burlarse de Él. Algunos comentaristas entienden que la burla iba más dirigida a la nación de Israel que a Cristo mismo como persona. Pero si bien puede haber algo de cierto en esto, no podemos pasar por alto que era el Señor quien estaba siendo torturado y escarnecido.
El Rey de la gloria no sólo había asumido una naturaleza humana, lo que en Su caso era de por sí una gran humillación, sino que ahora voluntariamente descendió a un punto más bajo todavía: permitió que Sus criaturas le hicieran objeto de sus burlas.
Los soldados romanos hicieron un carnaval ese día y el personaje central de su desfile no era otro que el Rey de reyes y el Señor de señores, representando la caricatura de un monarca.
James Stalker recrea para nosotros lo que pudo haber sucedido ese día en su famosa obra “Vida de Jesucristo”:
“Los soldados lo llevaron al cuartel vecino, y allí satisficieron sus instintos crueles con los sufrimientos de Jesús. No podemos describir la vergüenza, y el dolor de este repugnante castigo. ¡Qué sería para Él, con su honor y amor a la naturaleza humana, el ser maltratado por aquellos hombres groseros y ver tan de cerca la más extrema crueldad de la naturaleza humana!
“Los soldados se daban gusto en esta obra, y agregaban el insulto a la crueldad. Cuando acabaron de azotarle, le hicieron sentar, pusieron sobre sus hombros un manto de grana en burlesca imitación de la púrpura real y un pedazo de caña en las manos como cetro; y tejiendo algunas ramas espinosas de una zarza cercana y dándole la apariencia grosera de una corona, clavaron las punzantes espinas sobre sus sienes. Entonces, pasando por delante de Él, cada uno por turno hincaba la rodilla, mientras al mismo tiempo escupían su semblante y tomando de su mano la caña, le herían en la cabeza y en el rostro” (pg. 139).
Aquello fue sencillamente una manifestación de la naturaleza humana caída en su odio y desprecio hacia Dios. Pero esta corona de espinas, tan humillante y vergonzosa, tiene un mensaje para todos nosotros; y eso nos lleva a nuestro segundo encabezado…
El significado de esa corona.
Esta corona tiene un mensaje que dar, tanto al mundo perdido como a los creyentes. Al mundo incrédulo esta corona le anuncia que Cristo vino al mundo a salvar a pecadores y eso por necesidad implicaba la cruz con toda su vergüenza y sufrimiento.
Esa corona de espinas fue puesta sobre su cabeza por los soldados romanos con una intensión perversa, pero al igual que la cruz, fue también la voluntad del Padre que el Señor fuese humillado hasta lo más bajo para poder llevar sobre sí nuestra vergüenza por causa de nuestros pecados.
Para que nosotros pudiésemos recibir la corona de vida, Cristo debía llevar la corona de espinas. No podía ser de otro modo. El Salvador de los pecadores debía sustituirnos en todo, aún en nuestra vergüenza y humillación.
Para que los pecadores pudiesen ser salvos Cristo debía tomar sobre Sí toda la maldición que el pecado merecía. Y llama la atención el hecho de que en ese momento Jesús fuese coronado con una corona de espinas, siendo que parte de la maldición que vino sobre la tierra por causa del pecado del hombre es el hecho de que produzca espinos y caldos, dice en Gn. 3:18.
Es por eso que Hendriksen dice en su comentario que en ese momento el Señor estaba llevando incluso la maldición que pesa sobre la naturaleza, de tal modo que ésta pudiese ser libertada también de su esclavitud cuando Jesús regrese en gloria.
Pablo dice en Romanos 8:20-21 que “la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”.
Por eso podemos hoy predicar el evangelio y ofrecerle al pecador en Cristo el perdón de todos sus pecados, porque el Señor estuvo dispuesto a sufrir lo que sufrió, incluyendo la humillación de la que fue objeto en aquel día.
Pero esa corona tiene un mensaje para los creyentes también. Por un lado nos recuerda que nosotros somos seguidores de Uno que primero fue a la cruz y luego entró en la gloria; Uno que primero fue burlado por el mundo pecador, aunque algún día todos tendrán que postrarse ante Él y reconocer que “Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios el Padre” (Fil. 2:11).
Si somos seguidores de ese Cristo, nosotros tendremos que transitar por ese mismo camino. Primero la cruz, luego la gloria, no puede ser de otro modo (comp. Jn. 15:18-20; 1P. 1:10-13).
Pero por el otro lado, esa corona nos recuerda que, aún cuando el mundo quiso hacer de Cristo una caricatura de Rey, a través de esa misma humillación Él estaba a punto de obtener la más grande de las victorias, triunfando sobre el mal en la cruz del calvario.
Frederick Leahy dice al respecto: “En su aparente debilidad Él es el poderoso Conquistador de Satanás, el pecado y la muerte, Aquel que venció al mundo” (pg. 53). Y nosotros participamos también de Su victoria por medio de la fe.
La iglesia de Cristo también parece débil ante los ataques del mundo; cada uno de nosotros está rodeado de debilidad y de muchas tentaciones. Pero es imposible que un verdadero creyente se pierda al final de la batalla, porque nosotros estamos del lado Aquel que venció.
Pero hay algo más que nosotros debemos ver en esa corona. No sólo su vergüenza y su significado, sino también…
La maravillosa paciencia de Cristo manifestada en esa corona.
Refiriéndose a la reacción de nuestro Señor en medio de aquella terrible humillación Mathew Henry usa la expresión “la paciencia invencible”. El Señor Jesucristo fue terriblemente humillado aquel día, como hemos visto ya.
Pero muchas personas han sufrido humillaciones similares a esta. Lo que hace una enorme diferencia es el hecho de que Cristo es el Dios encarnado, digno de toda honra y honor, y poseedor de todo el poder con que hizo y sostiene el universo.
El Señor pudo haber impedido la acción de los soldados, pero no lo hizo; soportó con paciencia que se burlaran de Él, que lo azotaran cruelmente, que lo coronaran de espinas, que le escupieran el rostro y le dieran bofetadas.
¿Sabes por qué? Porque Él estaba determinado a remplazarnos en todo. La vergüenza que debimos haber sufrido nosotros Él la sufrió para que nosotros no tengamos que ser avergonzados nunca más ante la justicia de Dios. Fue por nosotros que hizo lo que hizo y soportó lo que soportó, para que tú y yo fuésemos reconciliados con el Padre, para poder otorgarnos Su justicia, el perdón de nuestros pecados y el don de la vida eterna.


Alabémosle hoy con todo el corazón y escuchemos sumisamente Su Palabra; Él merece ser exaltado en Sus iglesias por todos aquellos a quienes rescató pagando tan alto precio. Que Dios nos conceda ofrecerle hoy la adoración que Él merece.
Por Sugel Michelén

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