Disertando acerca de la literatura fantástica, el escritor argentino Jorge Luis Borges hizo el siguiente comentario acerca de los genios que aparecen en los cuentos de las mil y una noches: “Esos genios son omnipotentes, sin embargo, son esclavos de una lámpara, de un anillo o de su poseedor, y basta con frotar la lámpara o el anillo para contar con un esclavo que, a su vez, es omnipotente”. He ahí la gran paradoja de estos seres mitológicos: aunque poseen un poder inmenso, son fácilmente controlados por la mano humana.
Tengo la sospecha de que uno de los grandes problemas del hombre con el único Dios vivo y verdadero que se revela en las páginas de las Sagradas Escrituras es el hecho de que se presenta a Sí mismo como un Dios soberano que no puede ser controlado por ninguna de Sus criaturas. “Él hace según Su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga Su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35).
Porque Dios es Dios, Él es soberano, de lo contrario dependería de otras cosas fuera de Sí mismo para llevar adelante Su plan; y si Dios dependiera de otras cosas fuera de Sí mismo ya no sería un Dios auto-suficiente; y si Dios no fuera auto-suficiente, ya no sería Dios. La palabra “Dios” queda vacía de significado cuando no viene asociada con el concepto de soberanía. “Porque de Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A El sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:36).
Pero Su soberanía descansa también en Su derecho como Creador. En su discurso a los atenienses pronunciado en el Areópago, Pablo les dijo: “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo el Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres como si necesitase de algo; pues Él es quien da vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24-25).
Por cuanto es el Creador de todas las cosas que existen, Él posee un derecho incuestionable sobre todas ellas. Podemos revelarnos contra esa verdad y acatar las consecuencias o caer rendido a Sus pies reconociendo Su soberanía. Que la sabiduría juzgue cuál es la mejor decisión.
© Por Sugel Michelén. Todo pensamiento cautivo.
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