“¡Ay de los que llaman al mal
bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por
tinieblas, que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20)
El “ay” del texto de Isaías que acabamos
de citar está relacionado a las consecuencias que cosecharíamos el día
que perdiéramos la manera de diferenciar el bien del mal. Ese día ha
llegado. Hoy podemos sentarnos delante de un televisor para ver un
programa donde se defiende el derecho a la vida, y pasar al próximo
canal que presenta una película con asesinatos violentos presentados
para nuestro entretenimiento, o con alguien que está siendo entrevistado
para defender el aborto de niños indefensos. Vía los medios de
comunicación, defendemos la vida, mientras al mismo tiempo celebramos
los asesinatos virtuales de las películas que nos entretienen. No
podemos olvidar que tendremos que vivir en la práctica aquello que
celebramos en la pantalla. Por eso vemos la variedad de contenido que
los medios transmiten, que va desde tragedias hasta puro
entretenimiento; desde sermones hasta pornografía; desde la defensa de
la vida, hasta la violencia contra la vida como dijimos; y desde
esfuerzos comunitarios hasta vidas de aislamiento.
¿Cuál es la ética de todo esto que
acabamos de mencionar en nuestra introducción? La palabra ética viene
del griego ‘ethos’, que hace referencia a una casilla o lugar de
estabilidad y permanencia. Quizás la idea de la gatera donde se
encuentran los caballos inmediatamente antes de comenzar la carrera nos
pueda dar una idea de lo que esta casilla pudiera significar. De manera
que la ética está supuesta a darnos estabilidad en nuestras vidas, y
representa un punto de referencia para el comportamiento de los seres
humanos.
Los medios de comunicación, en sus
diversas formas, tienen un valor fundamental para la sociedad actual. A
estos medios se les atribuye la formación de las culturas de masa, la
generación de nuevas tendencias sociales, de actitudes políticas, la
formación de valores y de normas de consumo. Además, éstos constituyen
hoy en día un instrumento publicitario considerado imprescindible para
el desarrollo económico y comercial, y sirven para el intercambio de
ideas y conocimientos de otras culturas y realidades.
Siendo objetivos, debemos admitir que
los medios de comunicación tienen sus grandes virtudes, a la vez que sus
grandes peligros. Cuando son bien utilizados, éstos contribuyen a
formar una conciencia nacional sensible y justa. Pero esto no es lo que
estamos viendo hoy en día. Lamentablemente, al no ser usados
correctamente, estos medios contribuyen a la desinformación y a la
manipulación informativa, por lo que terminan produciendo una
deformación del carácter nacional y una destrucción de las bases
morales.
La Conciencia y los Medios de Comunicación
Dios creó al hombre con una conciencia
que le sirviera de filtro, para poder discernir la información que
pudiera recibir a través de sus sentidos. De manera que el
comportamiento ético depende de un buen funcionamiento de la conciencia
humana, que es capaz de defender o acusar al hombre, como revela Romanos 2:14-16
, según sus acciones sean buenas o malas. Desafortunadamente, la
conciencia de nuestra generación ha sido adormecida por la violencia y
la inmoralidad. Como agravante, podemos citar el hecho de que el proceso
de pensamiento del individuo de nuestro tiempo ha sido deformado,
debido a la adquisición de una cosmovisión relativista, pragmática,
utilitarista, humanista, cultural y secular. Esto ha llevado a la
sociedad a creer que realmente no hay nada bueno o malo, y que todo
depende de las circunstancias del momento. Por eso vivimos hoy en una
sociedad donde, de manera consciente o inconsciente, pensamos que el fin
justifica los medios.
Esa cosmovisión relativista hace que el
hombre de hoy considere cualquier información transmitida, y cualquier
vehículo que la transmita, como algo bueno y válido. En ausencia de
valores absolutos, como postula el hombre postmoderno, no hay manera de
juzgar con seguridad aquello que pudiera ser considerado como moral o
inmoral, apropiado o inapropiado. Esa cosmovisión no solo es
relativista, sino pragmática, y por tanto hoy estamos convencidos de que
lo importante es lo que funciona, aquello que produce resultados. De
esta manera, hoy estamos dispuestos a violentar principios éticos -o a
ni siquiera considerarlos- si con nuestras conductas conseguimos los
resultados que queremos. Por ejemplo, no nos preocupa si nuestros
comerciales producen avaricia y vanidad, simplemente si estos “venden”.
Decía alguien que las imágenes que
presenta la publicidad constituyen el síntoma de una sociedad absurda
que gasta la mayor parte de sus esfuerzos, no en satisfacer las
necesidades reales del ser humano, sino en crear otras necesidades
ficticias que le alienan y esclavizan aún más. No es infrecuente
encontrarnos hoy con vallas que contienen una imagen de una mujer
bellísima, sin percatarnos que esta mujer representa la imagen de una
modelo profesional, que ha sido maquillada profesionalmente, a quien se
le ha fotografiado también profesionalmente, y cuya fotografía ha sido
retocada en la computadora por profesionales. Ahora nuestros
adolescentes, y muchas veces también nuestros adultos, ven esta imagen y
creen que existe la posibilidad de llegar a ser una mujer como esta, o
buscan una pareja con estas cualidades, cuando en realidad es una imagen
creada artificialmente.
El ciudadano común y corriente, sentado
frente a una televisión con una conciencia adormecida, recibe éstos
estímulos visuales que entran a su mente como si hubiesen tomado un
atajo, y por tanto sin haber sido filtrados por una conciencia que
lograra decodificarlos como buenos o malos, beneficiosos o dañinos. Eso
es terrible para nuestra sociedad, y para cada uno de nosotros como
individuos. En un próximo artículo, entonces, estaremos hablando de las
consecuencias generacionales del mal contenido promovido por los medios
de comunicación.
Fuente: www.integridadysabiduria.org
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