Llegamos a Sión por un valle de lágrimas. Podría creerse que el
llanto y la bendición eran términos irreconciliables, pero el Salvador,
que es infinitamente sabio, los une en esta bienaventuranza. Por tanto,
lo que Dios ha juntado no trate de separarlo el hombre.
Llorar sobre nuestro pecado y el pecado de los demás es el sello que
Dios pone sobre sus fieles hijos. Cuando el Espíritu de gracia es
derramado sobre la casa de David, o sobre cualquiera otra casa, harán
llanto. Por medio del llanto recibimos las más ricas bendiciones, del
mismo modo que por el agua se obtienen los frutos más excelentes.
El que llora será bendecido no en un día lejano, sino ahora mismo,
porque Cristo le llama bienaventurado. El Espíritu Santo consolará a los
que lloran su pecado. Serán consolados por la virtud de la sangre de
Jesucristo y por el poder purificador del Espíritu Santo.
Serán consolados con respecto al pecado que tanto abunda en su ciudad
y en el mundo, por la certeza de que Dios será glorificado a pesar de
la rebelión de los hombres. Serán consolados con la esperanza de que
pronto se verán libres del pecado y llevados a las mansiones eternas en
la gloriosa presencia de su Señor.
Hoy recibiré la Consolación de Dios en medio de los quebrantos de mi vida.
Señor, Gracias por darme tu consolación. No importa cuán duro sea el camino, yo seré consolado. Amén.
Por: Charles Spurgeon
Fuente: www.renuevodeplenitud.com
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