Según esto, puedo confiar en que mi
Señor me tratará con dulzura. Soy, en verdad, tan débil, tan quebradizo y
despreciable como una caña. Alguien dijo: «Usted a mí no me importa un
bledo». Aunque estas palabras sean poco amables, sin embargo son
verdaderas. ¡Ay!, soy peor que una caña que crece a la vera del río,
porque ésta al menos puede levantar su cabeza.
Yo estoy abatido, cruelmente
quebrantado. No hay en mí música; toda la melodía se escapa por una
hendidura. Mas Jesús no me quebrará; y si Él no lo hace, poco debe
importarme lo que traten de hacer los demás. ¡Oh, Señor, dulce y
misericordioso, bajo tu protección me escondo y en ella olvido todos mis
quebrantos!
En realidad, me parezco al «pábilo que
humea», cuya luz se ha extinguido y sólo queda humo. Más bien soy un
estorbo que un beneficio. Las sugestiones de mi espíritu turbado me
dicen que el diablo ha apagado mi luz, y sólo me ha dejado con el humo
desagradable, y que el Señor pronto me apagará. Sin embargo, noto que en
el tabernáculo de la Antigua Alianza había despabiladores, no
apagadores; Jesús no me apagará.
Hoy Tengo, pues, confianza en Él.
¡Señor, inflámame en tu amor, y haz que brille yo para gloria tuya y para ensalzar tu misericordia y bondad! Amén.
Por: Charles Spurgeon
Fuente: www.renuevodeplenitud.com
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