Hace algunos años fui al doctor porque estaba constantemente
enferma. Él me dijo que los síntomas eran el resultado de estar
estresada. Estaba durmiendo mal, alimentándome inadecuadamente y
exigiéndome más y más -todo en nombre del servicio al Señor-.
La palabra estrés era originalmente un término de ingeniería usado
para referirse a la cantidad de fuerza que un balancín, u otro soporte
físico, podía sostener bajo presión sin colapsar.
En nuestro tiempo el término estrés ha sido ampliado para incluir la presión mental y emocional.
El estrés es algo normal en la vida de todos. Dios nos ha creado con
la capacidad de sobrellevar una cierta cantidad de presión y tensión.
El problema se suscita cuando nos esforzamos más allá de nuestras
limitaciones, lo que nos puede llegar a ocasionar un daño permanente.
La
paz está destinada a ser la condición natural de todo creyente en
Jesucristo. Él es el Príncipe de Paz, y en Jesús encontramos nuestra
herencia de paz.
Es un don del Espíritu Santo que Él nos da cuando vivimos en obediencia a su Palabra.
La paz que Dios da se manifiesta en tiempos buenos o malos, cuando
hay abundancia o escasez. Su paz opera en medio de la tormenta.
No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4:6-7)
Fuente: www.renuevodeplenitud.com
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