La enfermera acompañó a un joven cansado y ansioso hasta la cama de un
hombre mayor.
Su hijo está aquí, le susurró al paciente.
Tuvo que
repetir esas palabras varias veces antes que los ojos del paciente se
abrieran.
Estaba bajo los efectos de un fuerte sedante debido al dolor
por su ataque al corazón, y veía confusamente al joven parado en el exterior de su carpa de oxígeno.
Extendió su mano y el joven la tomó firmemente con las suyas, transmitiéndole un mensaje de aliento.
Extendió su mano y el joven la tomó firmemente con las suyas, transmitiéndole un mensaje de aliento.
La enfermera trajo una silla al lado de la cama.
Toda la noche el joven estuvo sentado sosteniendo la mano del anciano y
dándole suaves palabras de esperanza.
El moribundo no decía nada
mientras se sostenía firmemente de su hijo.
Al acercarse la madrugada, el paciente murió.
Al acercarse la madrugada, el paciente murió.
El joven puso sobre la cama la mano sin
vida que había estado sosteniendo y fue a notificar a la enfermera.
El
joven esperó, mientras la enfermera hacía lo necesario.
Cuando concluyó
su tarea, la enfermera comenzó a prodigar palabras de consuelo al joven.
Pero él la interrumpió.
-¿Quién era ese hombre?, le preguntó.
-Yo creí que era su padre, contestó la sorprendida enfermera.
-No, no era mi padre, contestó él, nunca antes lo había visto.
-¿Por qué, entonces, no me dijo nada usted cuando lo llevé hasta él?, le preguntó la enfermera.
-¿Quién era ese hombre?, le preguntó.
-Yo creí que era su padre, contestó la sorprendida enfermera.
-No, no era mi padre, contestó él, nunca antes lo había visto.
-¿Por qué, entonces, no me dijo nada usted cuando lo llevé hasta él?, le preguntó la enfermera.
Él
replicó -Yo también sabía que él necesitaba a su hijo, y su hijo no
estaba aquí. Cuando me di cuenta que estaba demasiado enfermo como para
distinguir si yo era o no su hijo, comprendí cuánto me necesitaba.
Por tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, vestíos de profunda
compasión, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia, soportándoos los unos a los otros y perdonándoos los unos a los otros,
cuando alguien tenga queja del otro. De la manera que el Señor os
perdonó, así también hacedlo vosotros.
Pero sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
Y la paz de Cristo gobierne en vuestros corazones, pues a ella fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (Colosenses 3:12 -15)
Pero sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
Y la paz de Cristo gobierne en vuestros corazones, pues a ella fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos. (Colosenses 3:12 -15)
No hay comentarios:
Publicar un comentario