Con el tranque vehicular que se ve en muchas ciudades capitales, no 
está de más el estrés y el poner en práctica la habilidad al volante 
para así esquivar lo que podría ser un accidente. 
Fue eso precisamente 
lo que me sucedió, tuve que esquivar a otro carro que se cruzó en mi vía
 y fue allí donde realicé la diferencia en mi reacción de hoy y mi 
reacción de hace diez años. 
Wow, aún en mi manera de manejar veo la 
diferencia de mi reacción y habilidad. 
Pero luego vino a mí la analogía 
de que es precisamente igual en nuestra vida espiritual.
Cuando somos jóvenes espiritualmente, y estamos conociendo a Dios, aprendiendo a vivir como cristianos,
 nuestra habilidad espiritual está aún bastante limitada o  nuestras 
reacciones aún son impulsivas e inmaduras. 
Sin embargo, a medida que 
crecemos aprendemos a esquivar lo que podría ser un accidente fatal, 
pensamos nuestras acciones, dependemos no de nuestras propias 
habilidades sino en las de Dios, a través de nosotros, nuestros reflejos 
están fundamentados en lo que tenemos por dentro, en el lugar que Dios 
tiene en nuestro ser, porque a la final, nuestras acciones son el 
reflejo de nuestro interior.
Así que, a como nuestra habilidad para manejar un carro mejora de 
acuerdo a los años de práctica, de esta misma manera deberíamos ver 
nuestra habilidad espiritual, mientras más práctica tengamos, más 
impacto podremos tener en los que nos rodean y en nosotros mismos. ¡Qué 
Dios sea glorificado con nuestro diario andar!
Iniciativa y perseverancia hacen la diferencia. ¡No te rindas, termina la carrera y clama tu premio!
Escrito por: Rebecca Contreras
 
Fuente: www.renuevodeplenitud.com
Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará. (Salmo 37:5)
He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. (2º Timoteo 4:7)
Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y 
reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de
 gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del 
Señor. (2º Corintios 3:18)

 
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